La emoción del fútbol no sólo provoca alteraciones en los técnicos. A Jesús Gil le colocaron un pulsómetro durante un partido y sus latidos superaron los 200 por minuto. Demasiado. Pedro Cortés tenía siempre a mano un parche contra el infarto. Otros dirigentes como el fallecido Ramón Mendoza también padecían problemas coronarios. Se ha dado el caso de delegados de clubes que han muerto en el campo y, por supuesto, de hinchas.