Todo parecía perdido con tres goles en contra y una sensación de fragilidad alarmante, cuando Niño por fin supo ganar en un salto a un rival en el área checa, tocó el balón hacia la raya y allí la empujó Biagini. Uno de esos goles que dan vida, que dejan abierta la esperanza para la vuelta en Son Moix y un resultado que incluso pudo mejorarse si Jack Granat, el vecino árbitro polaco de los checos, se hubiese atrevido a señalar el penalti por agarrón al propio Biagini en el suspiro final del partido. Pero dejemos las cosas así, porque tras el diluvio de Lukas, Johana y Juno la eliminatoria estaba más cerca del 'hasta luego Lukas' que de otra cosa. El Mallorca estuvo mucho tiempo metido en la nevera pero al menos asomó la cabeza del congelador.

Avisados estaban de cómo se las gastaban estos verdugos del Celta a balón parado. Pero cuando se esperaba oleada aérea, cazaron el primero en córner raso y ejecutado por bajo; y el segundo, tras falta y despiste colectivo, como el tercero, un desmadre de dejadez por el centro. Un equipo parado, pero que tuvo vergüenza torera para reaccionar. Kresic ayudó con sus cambios ofensivos, y Biagini empezó el boca a boca que debe aliviar los síntomas de congelación.