Tiger Woods fue recibido ayer con danzas maorís y fuegos artificiales en la localidad neozelandesa de Paraparaumu, donde debe disputar a partir de mañana un Open de Nueva Zelanda marcado por unas estrictas medidas de seguridad tras las amenazadoras cartas con cianuro que recibió en el mes de noviembre la embajada de Estados Unidos en Wellington. La carta ponía en jaque el buen desarrollo del torneo, con especial énfasis en los transportes públicos. Y, aunque el jugador norteamericano no aparece como un objetivo, según John White, de la polícía local, "esta carta no aparecería si él no compitiera aquí". De ahí que Tiger se vea obligado a moverse con una nube de guardaespaldas.

Tan sólo unos minutos antes de la llegada de Woods al aeropuerto de Wellington, unos disparos procedentes de una granja situada junto al circuito de Paraparaumu Beach, donde comenzará mañana el torneo, pusieron en alerta a los agentes de Policía. Las autoridades enviaron de inmediato un helicóptero al lugar, pero un hombre explicó que sólo estaba intentando cazar unos conejos. A pesar de que el estado de alerta se levantó, el incidente ha dejado patente la tensión. Woods, sin embargo, no siente miedo: "Los organizadores han hecho un trabajo extraordinario. Me han dicho que jugaré seguro".