Demasiado lejos

Demasiado lejos

El diario AS publicaba el pasado martes una noticia en su sección de información audiovisual que me ha confirmado que nada en este mundo parece estar lo suficientemente lejos ni lo suficientemente alto como para escapar a la estulticia humana.

Resulta que un canal de televisión estadounidense ha organizado un concurso de esos que llaman telerrealidad con el nada despreciable premio de 250.000 dólares de vellón para el ganador. Hasta aquí nada nuevo , ni por desgracia alentador, para lo que nos está deparando la televisión en estos días, en manos de unos programadores adictos a lo más zafio y simplón. Su más que hipotético atractivo y novedad radican en que, para lograr tan suculenta recompensa, los concursantes deberán escalar el Everest.

Esta Operación Triunfo hipóxica (aunque los cerebros de los organizadores y de los participantes no deben ser de los que más consumen oxígeno) llevará a sus víctimas de una esquina a otra de la Tierra para que sufran todo tipo de pruebas y desafíos en lugares presuntamente inhóspitos y salvajes. De ahí saldrá una selección de doce aguerridos héroes que se enfrentarán a la montaña más alta del planeta.

Hace ya un tiempo que hemos ido detectando de primera mano que un fantasma está recorriendo los campos base de las grandes montañas. Y no es precisamente el fantasma liberador que soñara Marx. Es más bien un virus demoledor relacionado con el éxito y la fama a todo trance. Nada más lejos de mi intención que caer en esa visión naif de la aventura como un territorio de héroes inmaculados a los que sólo les mueven nobles y altruistas intenciones.

Pero no es menos cierto que hasta estos momentos, y quizá debido a su carácter minoritario, los deportes de aventura parecían bastante inmunizados frente a los cantos de sirena del espectáculo de masas. Sin embargo, iniciativas como este concurso nos hacen temer que los bárbaros ya están a las puertas de las murallas.

Por desgracia, una información en los medios más aficionada al espectáculo y la anécdota más o menos escabrosa que a un seguimiento más riguroso y continuado, (salvo excepciones como el medio que acoge estas líneas, y no es peloteo), han ayudado a esta transformación. Y debiéramos rebelarnos contra esa invasión. No se trata, lo reitero una vez más, de reguardar un inexistente Sangri La en el que todo es bondad y amor. Se trata de defender una forma respetuosa de entender nuestra relación con la Naturaleza y preservar la posibilidad de vivir la aventura a las generaciones futuras. Para que podamos seguir desafiando a lo que está demasiado alto o demasiado lejos. Porque lo necesitamos para sentirnos seres humanos.