Sabina en el Himalaya

Sabina en el Himalaya

Usted se preguntará ¿Sabina en el Himalaya? ¿Un urbanita adicto al alquitrán como él en ese reino de piedras, nieve y aire tan puro y liviano que hiere al respirarlo? No puede ser. Pues créame cuando les digo que Sabina ha sido una presencia constante no sólo en el Himalaya, sino también en la Antártida, en el Polo Norte, en Tierra del Fuego o en el Taklamakan. Sabina ha viajado con nosotros desde hace tantos años que me resulta imposible recordar un viaje o una expedición en los que no haya canciones suyas. Es más; cuando ahora, mucho tiempo después de haber regresado, las oigo, vuelvo a sentir esos paisajes y esas emociones que nos arrasaron el alma. Han llenado los vacíos y tediosos días de espera en tantos campos base y nos han ayudado en las temibles jornadas de marcha, cuando llevas ya diez horas de caminata y aún te falta una más para poder descansar. Incluso han subido hasta los campos de altura, a través de los walkies, para animar un poco a los compañeros que esperaban ateridos y exhaustos en una pequeña tienda.

Una canción de Joaquín, los garabatos de tu hijo pequeño en una hoja de papel o la carta de una mujer que sin pedirte nada te dice que te espera, son cosas tan pequeñas que apenas merecen un hueco en la épica que suele rodear nuestras actividades. Quedan fuera de las narraciones, los artículos y de nuestros documentales, siempre tan desesperadamente escasos de tiempo y espacio para contar todo lo que ocurre alrededor de una aventura. Sin embargo, muchas veces unos versos acerados y divertidos han significado el soplo de aire imprescindible para no desfallecer. Una canción de Sabina a todo volumen en un campo base se ha convertido muchas veces en el hilo que nos ha unido con nuestra casa cuando ya llevábamos muchas semanas y la nostalgia se hacía más asfixiante que la sombra de la montaña que estábamos asediando.

Es más, sus personajes han acabado haciéndose un hueco en las tiendas (no en la del comedor, siempre andamos justos de abastecimiento) como un miembro más. Su Princesa paseó su turbia belleza por el K2 y la banda del Kung Fu llevó sus correrías hasta el corazón del Karakorum y quien nos robó el mes de abril bien pudiera haberse escondido en las selvas del Tsangpo y Mónica, por fin, se desabrochó su botón a nuestro lado en una pequeña tienda cerca del Everest. Porque, como bien dice Benjamín Prado en el prólogo del libro Con buena letra, las canciones de Sabina son obras maestras porque, a fuerza de caernos encima, se han vuelto parte de nosotros, como la lluvia que se hace río. Se han convertido en mapas hacia nosotros mismos, o hacia lo que nos gustaría ser. Por todo ello, comprenderán que ya estoy degustando el placer de preguntarme a dónde me llevaré a Sabina de expedición y disfrutaré de las nuevas canciones de su último disco Dímelo en la calle.