Un mundo mejor

Un mundo mejor

Hablábamos la semana pasada de cosas pequeñas y de la estupidez que delatan. Cosas como un juego racista en la red o un cura montuno y obcecado. Pero también surgen entre nosotros otras cosas pequeñas donde podemos hallar motivo para la esperanza. El otro día estrenamos en la semana de montaña de Gijón nuestro documental La ola perfecta, sobre la escalada en libre del Pilar Cantábrico, en el Naranjo de Bulnes, por Josune Bereciartu e Iker Pou. Fue un acto vibrante y muy oportuno, pues Josune acaba de lograr una auténtica proeza: ser la primera, y única por el momento, mujer en el mundo que logra superar el noveno grado, al escalar la vía Baño de sangre.

Su compañero de escalada Iker también es una de nuestras más rutilantes estrellas de la escalada libre, que además tiene todo un mundo de aventuras por delante. Su escalada del Pilar Cantábrico así lo demuestra, pues significa algo así como unir las explosivas cualidades de un velocista con la resistencia mental y física de un maratoniano. Para nosotros, supuso también devolver algo de lo mucho que nos ha dado Asturias y su símbolo el Naranjo a lo largo de todos estos años de trabajos documentales.

Con el teatro abarrotado, se inició un animado turno de preguntas sobre lo que acabábamos de ver. Unas cuantas intervenciones se empeñaron en darle vueltas a por qué no habíamos trabajado con alpinistas asturianos para realizar la escalada. La verdad es que lo primero que se me vino a la mente es preguntar a mis interlocutores por qué sí tendríamos que hacerlo. Pero me limité a ser consecuente y contar lo que es la verdad de nuestro modo de actuar. Nosotros jamás tenemos en cuenta el carnet de identidad —y menos aún su origen geográfico— de nuestros compañeros. Así que no sabría decir cuantos asturianos o leoneses o madrileños trabajan con nosotros. Sencillamente buscamos a las personas más adecuadas para cada aventura, sean asturianos —como está ocurriendo con Fernando Manteca en este momento en la exploración espeleológica de la Fuentonas— o de cualquier otro sitio.

Por esto mismo, no tuve ningún reparo en ofrecer la oportunidad de escalar con nosotros en cualquier aventura de este tipo a cualquier escalador asturiano que escalase en libre el Pilar Cantábrico. A la salida del Teatro Jovellanos, y a mi regreso a la oficina, me encontré con muchas personas que se disculpaban por la pueblerina visión del mundo de algunos conciudadanos, empeñados en hacer del aleatorio lugar donde han nacido el eje de sus vidas, y nos animaban a seguir el camino que llevamos recorriendo. Ese puñado de mensajes me parecen especialmente esperanzadores. Quizá algunos los vean como insignificantes mensajes en una botella perdidos en un inmenso océano. Pero en ellos se encuentra la esperanza de un mundo mucho mejor, más solidario y más inteligente.