Estación Esperanza

Estación Esperanza

Quizás ahora mismo, mientras está leyendo estas líneas frente a un reconfortante café o en un descanso del trabajo, se esté dando uno de esos grandes pasos para la humanidad de los que hablaba el astronauta que pisó por primera vez la luna. Para verlo tiene que mirar hacia arriba, tan sólo a unos 400 kilómetros sobre nuestras cabezas. Allí se encuentra orbitando la Estación Espacial Internacional. En realidad, ahora es un mecano a medio terminar, pues todavía queda mucho trabajo y esfuerzo hasta que en 2004 se culmine este maravilloso proyecto científico.

Entonces, la humanidad tendrá, por primera vez en su historia, una estructura construida con sus manos permanente y habitable en el espacio exterior. Será un laboratorio con infinitas posibilidades para desarrollar desde chips más potentes a medicamentos más eficientes. Y nos permitirá conocer datos esenciales sobre las reacciones del cuerpo humano expuesto a largas estancias en el espacio, con los que poner en marcha futuros viajes a otros planetas como por ejemplo Marte.

La Estación Espacial Internacional (ISS en sus siglas en inglés) se trata de un proyecto evidentemente complejo en el que están aportando un ingente esfuerzo, en fondos y en la tecnología más puntera, dieciséis países, entre los cuales se encuentra España. Sin duda, se trata de un proyecto importante también porque nos demuestra que podemos trabajar en equipo, por encima de fronteras, ideologías y prejuicios.

Todo ese dinero, todo el esfuerzo e ilusión de cientos de científicos y técnicos a veces acaba pendiendo de la punta de los dedos de un sólo hombre: ese astronauta casi anónimo encargado de salir al exterior para ensamblar una pieza o reparar un desperfecto. Él es el aventurero de nuestro tiempo.

Como los exploradores del Renacimiento o los alpinistas del siglo XIX, ese puñado de hombres y mujeres son quienes físicamente llevan más allá las fronteras de nuestros conocimientos, apoyándose en el trabajo y en la intuición de otros semejantes. Y también en su propio coraje y preparación. No crean que porque vayan rodeados de altísima tecnología arrostran menos peligros. Cualquiera que tenga un ordenador sabe que las máquinas son muy aficionadas a fallar. Y un fallo en un ambiente sin gravedad ni oxígeno a más de cien grados bajo cero suele acarrear un percance bastante serio.

Nos pasamos el día sabiendo hasta el número de empastes que tienen un montón de donnadies sin más mérito que haberse puesto delante de una cámara o de una cama. Pero apenas tenemos noticias de estos aventureros que se están arriesgando para hacer que sea posible el título del disco de Manu Chao que inicia esta columna. En sus manos está que nuestra próxima estación sea un monumento a la Esperanza.