Nombre de Diosa

Nombre de Diosa

El mundo del alpinismo anda revuelto a cuenta de la noticia de que las autoridades de la República Popular China tienen la pretensión de cambiar oficialmente el nombre del Everest por su denominación tibetana Chomolungma, que significa Diosa Madre de la Tierra. Entre las voces autorizadas que se han declarado firmemente en contra de esta pretensión, se encuentra Sir Edmund Hillary, el primer hombre, con certeza, que puso su pie en la cumbre más alta del mundo junto al sherpa Tenzing Norgay. No debemos dejarnos engañar por esta argucia que parece pretender devolver su nombre original a esta montaña mítica, en una muestra de respeto hacia la cultura que lo bautizó. En realidad, tamaño despropósito se enmarca dentro de una vasta y sucia maniobra, teñida de brutal colonización cultural, de los responsables chinos.

Desde hace un tiempo, se han empeñado en rehacer toda la nomenclatura de la regiones himalayas bajo su jurisdicción como Tíbet o Xing Jiang. Así, por ejemplo, los nuevos mapas editados por los chinos de las zonas del K2, el Gurla Mandata, el Nanche Barba o el mismo Everest aparecen plagados de nuevos nombres chinizados” apenas identificables, que han venido a sustituir tradicionales denominaciones que llevan muchos años vigentes. Fue el británico Andrew Baugh, topógrafo general de la India en 1856, quien declaró al Everest como la montaña más alta del mundo y quien se empeñó en darla el nombre de Everest, como homenaje a su antecesor en el cargo, George Everest. Curiosamente, el propio Everest se opuso, con firmeza pero sin éxito, a este cambio de nombre, pues era partidario de preservar los nombres autóctonos.

Ha sido este último casi siglo y medio de asombrosas aventuras vividas en las laderas de la montaña más alta del mundo quien ha acabado por dar legitimidad indiscutible al nombre de Everest. Negar esta evidencia supone insultar la memoria de hombres como Mallory, Shipton, Hunt, Hillary o Messner. Aventureros excepcionales que han escrito las mejores páginas de la biografía más reciente de esa montaña. Si esta montaña ocupa un lugar de honor en la memoria mítica de todos nosotros es gracias a ellos y a su enorme coraje y talento. Hasta los propios sherpas que participan en las expediciones la llaman Everest, en una clara evidencia de hasta qué punto ha quedado firmemente unido ese nombre a lo mejor de la aventura humana por conquistar las montañas.

Las autoridades chinas bien podrían canalizar tanto esfuerzo en proteger de manera eficiente esos lugares únicos y muy frágiles. Porque todo hace sospechar que tanta preocupación por la nomenclatura está encaminada a enmascarar otros intereses más espúreos, como por ejemplo, la construcción de un hotel en el campo-base del Everest. No seguir adelante con aberraciones de este tipo sí sería un homenaje y una muestra de respeto hacia el gigante de hielo y roca y quienes viven a sus pies.