Cuando sufrir merece la pena

Primera | Espanyol 2 - Real Madrid 2

Cuando sufrir merece la pena

Cuando sufrir merece la pena

El Madrid perdía 2-0 en el descanso sin merecerlo - El resto fue un asedio - La defensa del Espanyol, heroica

Después de ver Fútbol (así, mayúsculo) se experimenta una curiosa sensación de plenitud, tal vez porque se justifican todas nuestras neuras, tantas horas obsesivas, tanta incomprensión ("estás enfermo, cariño"); aunque también es posible que la plenitud no sea otra cosa que agujetas, o más bien el relajamiento que sobreviene a 90 minutos de extrañas contracciones musculares entre el ¡uy! y el ¡ay!. Recuerdo aquel chiste de Forges en el que Mariano tenía la cabeza incrustada en el televisor, las piernecillas colgando, y doña Concha le reprendía por querer rematar los córners. Ayer Mariano se hubiera vuelto a tirar en plancha.

Porque el partido, sin que se esperara, resultó un frenesí. El Madrid, como en los relatos de espadas, no sólo tuvo que luchar contra un enemigo, sino también contra los designios divinos, puñeteros como suelen ser: no es normal que quien juega muy bien se vaya al descanso con dos goles de desventaja. Y el papel del Espanyol no fue menos heroico, porque siendo inferior, supo guarecerse cuando tronaba y combatir los cañonazos con flechas. Y salió vivo.

Probablemente porque tenía algunas cosas que demostrar, el Madrid se plantó en el campo muy serio. Así empezó a amasar el partido, tocando, saliendo sin grandes apuros de la presión del Espanyol, que arañaba las taleguillas con los pitones. Hasta aquí, si quieren, lo normal.

Apuntar que las llegadas del Madrid se resolvían casi siempre desde fuera del área, con tiros lejanos, porque no había forma de penetrar lo impenetrable, una defensa compacta y sutilmente leñera, como Ronaldo pudo comprobar y Torricelli disfrutar.

Pero el partido no se quedó en eso. El Madrid fue creciendo, haciéndose más profundo, y el Espanyol respondió con argumentos parecidos, corriendo los sanfermines. La cosa empezó a tomar velocidad y un pase de Raúl al carril lo atrapó Ronaldo con una arrancada casi eléctrica: Toni la sacó de milagro.

Esta jugada fue algo más que una anécdota; descubre que Raúl, que no está bien y lo sabe, decidió bajar al centro del campo para entrar en juego, para estar en contacto con el balón, como el amnésico que necesita tocar los objetos conocidos para recuperar la memoria. Ni les cuento que con Raúl dirigiendo el tráfico el Madrid gana en dinamismo y latido (Zidane está missing) pero pierde un motorista.

Sin embargo, cuando todo parecía un discurso cuya última línea sería gol del Madrid, Cambiasso, muy correcto hasta entonces, perdió un balón en esos terrenos en los que se cuecen las desgracias. La pelota llegó a Milosevic, que se paró en la frontal con Helguera delante. Pasaron un par segundos, tiempo suficiente para que el yugoslavo leyera el mapa y se la pasara a Roger, que la pisó, burló a Salgado y marcó rasito. En estas situaciones, por su falta de instinto aniquilador, por ver al delantero como un igual, se demuestra que Helguera no es un defensa, sino un teniente. Corría el minuto 40. Y antes de que el Madrid volviera en sí, llegó el segundo: Casillas despeja blando y a los pies de Roger, Hierro saca el remate bajo palos, pero no el remache de Tamudo: 2-0.

Entonces llegó lo mejor: un equipo luchando contra la injusticia (que lo era, en cierto modo), otro defendiendo su suerte (que la merecía, en cierto modo), todo rapidísimo, con Roberto Carlos haciendo mec-mec por la banda, poniendo balones, disparando cañonazos, con Figo buscando soluciones más sesudas y menos físicas, pero igual de buenas, todos lanzados, incluido Ronaldo, recibiendo algunas patadas para hacerlo todo más glorioso todavía.

Y en esas, a la salida de un córner, Roberto Carlos enganchó una pelota perdida (pobre) y el misil acabó en la red llevándose a Toni por delante. Todo ocurría a cámara rápida, la salida de Solari y su lesión, los huecos que dejó hasta ser cambiado, las llegadas del Espanyol por esa grieta, el fabuloso gol de Figo de falta lanzada desde Wisconsin, la colaboración de Toni, la expulsión de Alex.

Los últimos minutos fueron un asedio maravilloso, daban ganas de sacar a Masip (aunque salió Morientes); fueron también un hermosa defensa. Y esa oportunidad que siempre llega por poco tiempo que falte fue para el único observador de la ONU que estaba en esa batalla, McManaman, que la mandó fuera, lógicamente.

No hubo gol, pero empates como el de ayer dignifican a quienes lo consiguen, dicen mucho de ellos, de lo que harán. Tantas fueron las ganas de ganar del Madrid, tantas, que la Real perdió en Bilbao. Yo en estas cosas creo, no sé ustedes.