Serena es diferente

Serena es diferente

Richard Williams, vigilante nocturno con problemas para llegar a fin de mes, vio por la televisión cómo a una tenista llamada Virginia Ruzici le daban un cheque de 30.000 dólares por ganar un torneo y ese día decidió que sus hijas pequeñas (tiene cuatro) fueran tenistas. Así que se compró en el supermercado una cinta de vídeo en la que se daban lecciones de tenis y se hizo entrenador. El resto es más o menos conocido, surgió Venus primero y luego, ahora, Serena, ganadora de los cuatro últimos Grand Slam y de los que vendrán.

Serena es hoy la reina del tenis y hay algo en su contundencia (quizá todo) que la convierte en una reivindicación física y deportiva, casi en una provocación: desde su pobreza temporal, hasta su color permanente, pasando por sus pechos, insultantes (deliciosamente), excepción en un mundo de deportistas de élite anormalmente planas empeñadas en transformarse en hombres. Muy pocas colegas (Kourni aparte) se atreverían a posar en una revista de bañadores, rodeadas de modelos. Y no desentona. Más bien entona, si me lo permiten.