Morientes, la ira santa

Morientes, la ira santa

No es bonito insultar. Y mucho menos (se dice en urbanidad) si está el insultado presente. Son cosas feas, que denotan mala crianza, si no fuese por la natural pasión del fútbol. Pero reconozcamos que todos hemos insultado —con mejor o peor talento— alguna vez. En gente de buena ley (como sospecho a Morientes) el insulto es hijo de la rabia, de la impotencia y del daño, y por eso Del Bosque (sabio elefante, dije el otro día, en plan fabulista) ha hecho bien en perdonar rápidamente, pues además, y como es preceptivo, Morientes se excusó. No podía ser de otro modo.

Tema muy diferente es que entendamos lo que podemos llamar "el caso Morientes". Fernando Morientes (antes de la llegada de los galácticos y de la brillante era de Florentino Pérez) era un jugador de los que tiraba hacia arriba en el equipo. Un futbolista realizador y prometedor con logros más que evidentes, cuya carrera la llegada de los cracks paró en seco o casi en seco. Es también el caso de Guti, pero este (hay que reconocerlo) se ha defendido bastante mejor. Ciclotímico, a menudo dubitante, sin resultados continuos, Morientes parece haberse hundido en el silencio, salvo explosiones de ira como la del otro día, que probablemente no habrá sido la única. Pero Morientes, ay, no tiene más que dos soluciones: esperar en el banquillo o irse del equipo. Si se queda (y muchos madridistas lo desean) tiene que ser brillante sin interrupción cada segundo que le den. Si se va (y yo lo entendería) pues ahí empieza otra historia y seguro que no mala para él. ¡Las vueltas que da la vida!