San Portillo de Aranjuez

Liga de Campeones | B. Dortmund 1 - Real Madrid 1

San Portillo de Aranjuez

San Portillo de Aranjuez

jesús aguilera, jesús rubio, ap y reuters

Salió en el 90’ y logró un gol que puede ser histórico. Agónico esfuerzo y justa recompensa. La clasificación, en manos del Madrid.

Esto es el Madrid, que nadie lo dude nunca más, de esto es capaz en Europa y por eso le tienen terror, y amor, y odio, todo en grandes cantidades, y por eso mismo hay chinos que son del Madrid y por eso todavía dicen Butragueño en el Gran Bazar de Estambul y por cosas como las de ayer el fútbol es hermoso, porque fue de una justicia agónica, sufriente y retorcida, pero justicia al fin y al cabo porque marcó Portillo en el último instante, cuando nos acordábamos de aquella tarde con el PSV en la que pudieron entrar cien y uno entró ninguna, pero ayer nos cobramos esa.

Porque este Real Madrid es distinto: es una terapia, un psicoanálisis, un quitacomplejos. Todo lo malo que sucedía antes no nos ocurre ahora, aunque ayer estuvo a punto, para ser sinceros. Porque el campeón estaba fuera de Europa y lo estaba a pesar de tener asediado al Borussia durante toda la segunda parte: primero con cierta cautela pero la última media hora con absoluta pasión y descaro, con hambre y con ansia, con espíritu, y con fútbol, con mucho fútbol.

Y tuvo que ser Portillo, el chaval de Aranjuez, de la casa, uno de los nuestros, quien volviera a meter al Madrid en la competición de la que no merecía salir; y tuvo que ser él, que salió en el minuto 90, para que se demostrara que todo vale, incluso un segundo, todo, menos los lloriqueos patéticos de las estrellitas enojadas.

Fue un derechazo, lo estoy viendo, el último de mil disparos que había detenido o rechazado Lehmann, un portero fabuloso aunque de vez en cuando le suelte guantazos a los compañeros, que nadie es perfecto.

Y fue en el último ataque, en la última embestida, cuando ya nadie cree en los milagros, fue en el tiempo de descuento, con Zidane conduciendo el balón, directo hacia la cueva. Luego no sé qué pasó, sólo que fue gol de Portillo y que todavía quedaban dos minutos de partido y también sé que en lugar de pedir la hora (yo, cobarde, lo hice), el Madrid salió frenético a por la victoria pese a no tener defensas, empujados tal vez por el escudo, por la camiseta, por todos lo que aman y odian, por los que temen, por el tipo de Estambul.

Si llegan de viaje de la luna y han comprado el AS en el aeropuerto quizá me consideren un histérico, no era la final de la Champions. No, no lo era. Es posible que fuera más importante porque estaba todo lo demás en juego, la credibilidad, el honor, todos los elogios que ha acumulado este equipo maravilloso, esa etiqueta de galácticos que ellos tanto odian pues les obliga. Bien, nada era mentira. Este equipo está preparado para cualquier desafío. Ayer no ganó nada de lo que se ve, pero se llevó todo lo invisible. Tampoco está fácil la clasificación a cuartos, pero, qué quieren, visto ahora, el partido contra el Milán, dentro de 15 días, suena a la Champions del 2021, otra historia.

Si el final fue tan magnífico que era impensable, aunque fuera por pudor, porque no se nos riera Manolete, el principio respondió a lo esperado, a lo temido, más bien. El Borussia al ataque, pero tocando, como son ellos. Nada más ponerla en juego, Ewerthon se coló entre la defensa y Casillas salvó 250 gramos de gol. Fue una suerte que este brasileño con turbo se lastimara el hombro en una jugada inmediatamente posterior. Lo sé, soy asquerosamente antideportivo, pero ustedes enseñen a los niños lo contrario de lo que digo.

El Madrid tardó diez minutos en salir, aunque pareció un mundo. Y lo hizo más por la generosidad del Borussia, que propuso un partido en plan "vamos fuera y nos partimos la cara". El Madrid aceptó, claro. Y el campo se convirtió en una campiña, con huecos por todos lados y con llegadas por los mismo lados, ocasiones, peligro, auchtung.

Ronaldo era el mejor. Esta es su salsa, su mundo es entre bombas, el terror le hace gracia, cada uno es como es. Pero cuando mejor estaba el Madrid, cuando estaba, llegó Koller y nos fusiló la esperanza. Qué bueno es Koller. Y qué plasta.

Todo pareció desmoronarse. Pero eso hubiera sido antes. Este equipo se repone milagrosamente de los balazos, porque en el fondo sabe que es galáctico, que es verdad. Y en esas llegó otra internada de Ronaldo: encaró con atrevimiento a Wörns y fue derribado dentro del área. Y para tirar al suelo toda la hermosura de Ronie se necesita dinamita bien colocada. Pero el árbitro comió bien en Dortmund y quiere volver. No pitó nada.

No hubiera sido mucha gloria refugiarse ahora en un penalti no pitado, menos aún en las mil faltas del Borussia que no fueron sancionadas, solventadas si acaso con la estúpida sonrisa del colegiado (aunque para memos el realizador de televisión, enamorado de Del Bosque). La segunda parte, totalmente heroica, necesitaba otro final, un cierre a su altura. Toda la agonía que muestran otros equipo en los últimos cinco minutos la derrochó el Madrid en la última media hora. Helguera subió, incluso Pavón lo hizo.

Se intentó de todas formas posibles, pero cuando las incursiones eran por abajo y se podía chutar surgía Lehmann, y cuando se intentaba por alto surgían los demás, incluido Koller, que vale para cualquier cosa, qué bueno es. Y qué plasta.

Y llegó el gol, el gol de Portillo, hoy lo verán mil veces, no se pierdan una, disfruten del calambre, que estas cosas tonifican los músculos, no desprecien una repetición, no importa que ustedes amen al Madrid o le odien, o vivan en Estambul. El Madrid no ha vuelto, siempre está, siempre estuvo. Dicen que los campeones de cada edición se forjan al superar momentos de extremo sufrimiento. Yo no tengo ni la menor idea. No me pongo en el futuro. Bastante tengo con el gol de Portillo.