La noche más triste

La noche más triste

Hay veces que el tiempo se detiene. Que no se mide en segundos, sino en amargas sensaciones. Sucedió como el rayo. Te vi caer y no entendía nada. La cuerda de la que estabas colgando se destensó y un ruido atronador cambió para siempre la fisonomía de aquel lugar idílico. Ya no será más el hermoso torrente que descendía cien metros hasta un pozo entre una vegetación exuberante. Comenzaba una pesadilla que aún no ha terminado, y que lo convirtió en el corazón de las tinieblas. Corrimos mientras seguían cayendo piedras y dos compañeros me pasaron tu cuerpo roto, al tiempo que oí el grito desgarrador de nuestro amigo Ángel al encontrar el cuerpo de Xabi. ¿Cómo entender que aquel hombre prudente, callado y bueno no volvería a estar con nosotros? Mientras Ángel y David bajaban a dar la voz de alarma, Mariano, Koldo y yo nos dispusimos a pasar una noche terrible a tu lado. Nunca se sabe los buenos compañeros que se tienen hasta que en momentos así, en los que se decide la vida, se necesitan.

Nos conspiramos para sacarte viva de aquel, para siempre, maldito lugar. Recordamos buenos momentos, como cuando bajaste de la cumbre del Ama Dablam, la montaña más sagrada de los serpas. Sabía la ilusión que tenías por compartir este verano expedición con Juanito y Edurne. No podrá ser. Fuiste tú la que nos dio ánimo. Nos dijiste que no nos rindiéramos, que pasase lo que pasase debíamos continuar con este tipo de vida errante que nos ha llevado a lugares de una belleza que sólo puede apreciarse con el alma, pero que también nos ha hecho sufrir con el sabor amargo de la hiel.

Descubrir que nuestro tiempo es finito, ser consciente de lo vulnerables que somos es la primera condición para vivir con intensidad. Los griegos tenían una sola palabra para definir el concepto de hombre y mortal. Lo que de verdad importa es cómo empleemos esa vida. Ester, nunca he tenido respuestas para casi nada, ni para mí; por tanto, no puedo ofrecerte ninguna. Desconfío de las personas que lo tienen todo claro. Una vida de constante búsqueda es la única que merece vivirse. Así pasaron 16 horas hasta que oímos el tableteo del helicóptero que venía a venía a llevarte al hospital donde te recuperas.

Cuando seamos viejos cerraremos los ojos y se nos llenará la retina de imágenes asombrosas con un destello de dolor. Volverá el color de las nubes al atardecer y las planicies de un glaciar azotadas por la espantosa soledad. El rostro de los amigos desaparecidos, como Xabi, eternamente jóvenes, reclamando nuestra atención. Nada de lo vivido nos será extraño. Porque el rumor de un torrente en un valle perdido, el atardecer desde un vivac improvisado, dominando las montañas del Himalaya, creeremos que ha existido sólo para nosotros. Incluso al ver brillar la luz de las estrellas, como la otra noche en el fondo del pozo, creeremos que brillan exclusivamente para nosotros.