Morientes se rebela

Primera | Real Madrid 3 - Rayo 1

Morientes se rebela

Morientes se rebela

Salió en el 83’ y resucitó al Madrid. Aunque el Rayo fue mejor. Portillo volvió a ser el jugador-milagro

Es probable que muchos de los que ayer asistieron al Bernabéu salieran gritando ¡Viva el Moro!, ante la lógica estupefacción de la Policía y por ende de la delegación gubernativa, a la que se le acumula el trabajo y por eso reparte. Pero es que Dios escribe con renglones torcidos y lo que parece indescifrable como letra de médico al final va y rima. La divinidad es caprichosa y me dirán los del Rayo que caprichosa y del Madrid, ante lo que nada tengo que oponer.

Vivimos tiempos en los que no hay quien sea pobre. Porque se ceban. Y el Rayo es un magnífico ejemplo. Es imposible hacer más para ganar. Y también es imposible encontrar un Madrid más triste, apático y lamentable. Pues el Rayo perdió. Sucedió en cinco minutos, en los últimos, justo cuando se disponía a cobrar su cheque. Al final cobró, pero del cheque ni rastro.

Cuando el marcador mostraba (denunciaba) el 0-1 en el minuto 83, ninguno de los que quedaban despiertos podía imaginar otro desenlace. Y eso que había salido Portillo, joven milagrero. Pero no parecía suficiente. De hecho, la entrada de Morientes en esos instantes fue interpretada por los expertos agoreros como la última señal de que el resultado era absolutamente inamovible.

Y es que Morientes, hasta ayer, era poco más que un espectro, un recurso inútil. Aplastado primero por el sol de Ronaldo y luego por la luna de Portillo, Morientes se había quedado en un futbolista lastimero y resignado incapaz de adaptarse a su destino cruel (y multimillonario, ojo); nunca se entendió que no quisiera marcharse en diciembre, que no quisiera demostrar en el Tottenham, o donde diablos fuera, que se puede ser un buen delantero centro sin ser el delantero centro del Madrid.

Morientes, con dos goles y con su contribución al de Portillo (gran pase a Solari), reivindicó sus condiciones, su oportunismo, pero todo eso, que ayer valió tres puntos, no le sirve para reclamar un puesto en un equipo que es más que fútbol, es ángel, y que sólo puede permitirse algunas frivolidades de medio campo para atrás (pienso en Flavio y en alguno que me callo, por no enredar).

Eso sí, para que Morientes se convirtiera en héroe, como en otros tiempos, fue necesario que Segura, el guardameta vallecano, cometiera su único error del partido al salir a por uvas en un balón que creyó dividido y estaba enterito.

Quedaban cinco minutos y lo que creció el Madrid lo encogió el Rayo. Pero esas trombas, en el Bernabéu, no hay quien las aguante, especialmente si Portillo anda por allí. Suyo fue el cabezazo que desequilibró el partido. En el santoral hay tipos, muchos, que hicieron menos y con menos frecuencia.

En el 93, en plena fiesta madridista, Morientes puso la guinda a su actuación con un disparo raso muy suyo y de paso liquidó a un Rayo que debe pensar que casi mejor que no le inviten a los derbis. Porque en cinco minutos se borró el trabajo de 85, se olvidó el buen juego de Iriney (ayer, el único centrocampista sobre el césped), los detalles de Míchel y los recuerdos de Cembranos, que empieza a recuperar la memoria.

Segura, que rompió a llorar al final del partido, consolado por Casillas, fue la imagen de un equipo que ya hubiera sido muy castigado con el empate y que de haber ganado podría haber transformado sus penurias en razones para soñar con la permanencia.

Ese gesto de Iker recordó a los tenistas que piden disculpas cuando se ven favorecidos por la cinta o por un golpe que se hace bueno al tropezar con el marco de la raqueta. Ayer se dieron esas carambolas. Pero al Madrid le entra todo, y cada golpe de fortuna es una desgracia para quien le persigue. Sin embargo, si la suerte se agota como el combustible de las naves espaciales de los marcianitos yo empezaría a preocuparme. Lo digo por la invasión alienígena que se avecina el martes.