El jefe y el discípulo

El jefe y el discípulo

En el centro de la defensa del Real Madrid hay un problema de jefatura. Si juegan Hierro y Helguera el que manda es el capitán por razones obvias en las que no entraremos pues proceden de las tribus prehistóricas y su veneración a la ancianidad. Esa preponderancia encoge a Helguera, que se siente mejor y que se sabe el sermón, aunque no se lo puede decir a nadie.

Sin embargo, cuando Pavón sustituye a Hierro, Helguera pasa de sentirse el hijo adolescente con granos al hermano mayor. Ambos hablan el mismo idioma. Digamos que se pueden llamar "tronco" sin que nadie resulte ofendido, cosa imposible con el capitán de por medio. Y este problema comunicacional se extiende a Casillas, que cuando está Hierro no puede desahogarse con sus defensas como cualquier portero de bien, lo que le está provocando angustias infinitas y quién sabe si alguna úlcera.

Sucede últimamente que la ausencia de Hierro provoca una sensación de alivio altamente contagiosa, aunque Florentino sea inmune. Ocurrió en Valencia. Y no es sólo por razones deportivas, es incluso por una cuestión de imagen, porque el Madrid moderno ya no tiene esa cara que parece que te va a regañar en cualquier momento.

Pavón, cuya mejor cualidad es la sencillez, ofrece ilusión y apetece aplaudirle. Su presencia compensa otros aspavientos y otras rarezas. Y el chico mejora cada día. Ya que le convirtieron en eslogan (Zidanes y Pavones) y en excusa para no fichar un central, lo justo sería que le dejaran jugar.