En manos de la Real

Primera | Real Madrid 1 - Celta 1

En manos de la Real

En manos de la Real

Jesús aguilera, felipe sevillano, a. aparicio, chema díaz y carlos martínez

El Madrid no pasó del empate ante un Celta muy rácano. La segunda parte fue un asedio caótico

Tendrá que derrumbarse la Real Sociedad para que el Madrid consiga ganar la Liga. Hasta ayer bastaba un tropiezo. Ahora la situación ha cambiado. Desde este momento, será la Liga que ganó la Real o la Liga que perdió la Real. Pase lo que pase, el Madrid ya no pondrá su nombre al campeonato, ni ganándolo, porque ha pasado de ser un equipo que podía perseguir a un equipo que sólo puede esperar. Y no hay excusas, es una vulgaridad acordarse del árbitro, tan malo como los demás. El Madrid no pudo con un Celta menor, encerradito, que vivió de su suerte. A este equipo de estrellas la Liga se la tendrán que ganar otros.

Hasta el gol del Mostovoi, el Celta no había tirado a puerta y lo que es más, parecía imposible que pudiera hacerlo. Lotina, muy innovador, salió sin delanteros, de manera que cuando sus futbolistas robaban el balón no divisaban a nadie en lontananza, por lo que se anulaba cualquier opción de contraataque.

El asunto cambió la primera vez que Gustavo López se internó por la banda y se entretuvo por allí. Esa acción dio tiempo al Celta a desplegarse, de modo que cuando Ángel la puso en la olla, un poco por poner, Mostovoi ya estaba al acecho. Fue un cabezazo casi desde la frontal, pero muy preciso, a la cepa, cruzado. Quien mejor lo vio fue Hierro, que seguía al ruso, aunque a cierta distancia, para no ser descubierto. El gol no tenía categoría de milagro, pero se aproximaba bastante. Y eso desconcertó al Madrid, que hasta entonces se había sentido muy superior. Tal vez en ese momento se dio cuenta de que se jugaba la Liga y la perdía. Y se asustó.

La hiperactividad de Zidane se compensaba con la lentitud y el embrollamiento que provocaba Figo en todas sus intervenciones, incapaz de dar fluidez al juego, pertinaz en sus errorres hasta el punto de provocar los silbidos del Bernabéu. Si a eso se añade la ausencia de jugadores en el centro del campo que aporten un mínimo de brillantez (Guti no estaba), la cosa estaba clara, u oscura, según.

Pero, curiosamente, la salvación (relativa) del Madrid estuvo en el pánico. Eso hizo que saliera en la segunda parte con un punto de histeria que le hace mucho bien a este equipo que sin agitación se queda dormido.

Quedaban 45 minutos de asedio total, con el Celta encerrado, renunciando a todo de una forma que resultó eficaz pero que hubiera sido cobarde si no le hubiera valido un punto. Y el Celta no es la Juve, conste, es infinitamente más frágil. Por eso no se entendían los problemas del Madrid, muy atascado, siempre enredado, ni una jugada limpia. Morientes había salido en lugar de Flavio (inane, como siempre) y bombear balones era el único recurso que encontraban los futbolistas de los mil recursos.

Raúl empató cuando todavía faltaban 22 minutos. En otras circunstancias y en otras noches ese gol hubiera desencadenado la victoria, la goleada incluso. Pero no esta vez. Y eso es nuevo, porque hasta ahora pensábamos que estos jugadores tan buenos no tenían rival, que cuando querían, podían. Y ayer no pudieron. Quizá fuera el cansancio o quizá fuera todo, mucho agotamiento, una pizca de soberbia y algo de destino, aunque también el árbitro, no me olvido, que anuló un gol de Ronaldo por presunta falta de Salgado que ni existió ni estuvo cerca de existir.

Raúl tuvo la última ocasión en el minuto 90. Fue un cabezazo clarísimo que acabó fuera porque Raúl no está bien, aunque se mate a correr. Y sin él el Madrid pierde más cosas que el gol, pierde espíritu, ánimo, empuje. Tampoco apareció Ronaldo, sin espacios y sin balones, sin Guti.

Fue un final de partido triste, ni siquiera agónico. Cuando se acabó no había gloria, ni sangre, ni siquiera polvo en las botas. En cierto sentido fue la humanización de un equipo que parecía sobrenatural y que no lo es. Vaya día para enterarse.