Maneras de la dialéctica Norte-Sur

Maneras de la dialéctica Norte-Sur

El derby madrileño remueve (siempre hay que suponer que para bien) los más viejos atavismos de la ciudad. Los barrios altos en oposición a los bajos, el hablar zarzuelero contra el enseñoritado, el Madrid supuestamente cosmopolita contra el Madrid castizo. Si el Real representa el estilo Jacinto Benavente —es un decir— el Atleti sería la parla de Carlos Arniches. Los socios de uno y otro equipo pueden ser amigos en la vida, si se tercia, y no es desaconsejable, pero son absolutamente irreconciliables en el fútbol. Soy hijo de antiguos y tenacísimos socios del Real Madrid. Cuando era pequeño, si quería enrabietar a mis papas, sabía yo que me bastaba con decirles: "Me voy a hacer del Atleti". Inmediatamente, dispuestos a ceder, se llevaban las manos a la cabeza, horrorizados: "¿Pero qué estás diciendo?". Nada peor para un madridista que un hijo atlético, y supongo en lógica, que al revés será lo mismo.

Los derbis tienen un punto de estupenda rivalidad deportiva, y a ese lado lúdico no habría por qué rebajarle grados. Quiero decir que es bueno que los socios rivalicen, y peleen de mentirijillas, pues hablamos de juego. Lo peor —lo bochornoso— del derby es cuando los hinchas se vuelven energúmenos, y comienzan a pegarse o a destrozarlo todo. Porque entonces la rivalidad deja de ser deporte y se vuelve una especie de mafia siniestra. Por lo demás, este concreto derby necesita poco para el calentón. El Madrid precisa un título para poder brillar y tener credibilidad alta, luego de tanta galaxia; y el Atleti ha de ser fiel (prestigio aparte, dentro de su crisis que esperemos, sin Gil, se termine de solucionar) a la rivalidad y a aquello de fastidiar al vecino.