Petacchi se gusta

Ciclismo | Tour

Petacchi se gusta

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jesús rubio

Ganó su tercera etapa al sprint mirando a las cámaras. Freire fue el 12º. Hoy, jornada maratón de 230 kilómetros previa a la llegada de los Alpes.

Lo mejor fue el gesto. Una vez liberado de la vulgaridad del sprint, tanta gente sudando, alzarse, localizar la cámara que le miraba y enseñar los tres dedos, lanzando un mensaje y una media sonrisa: tres etapas y tres de lo que quieras, muñeca. Cada italiano lleva un anuncio de Martini en su interior. En cuanto te despistas se están pasando el pulgar por los labios.

Ganó Petacchi, que es a Cipollini lo que fue Salieri a Mozart, el que se parece al genio pero no es el genio. Ganó Petacchi, que es muy bueno, pero no el mejor. Y que es muy chulo, pero no el que más. Hasta sus seis victorias en el Giro fueron un asunto menor cuando Cipollini superó en esa misma carrera el récord histórico de triunfos, que dejó en 42. Es una desgracia vivir con una nube encima.

Petacchi cumple los requisitos de los sprinters puros, aquellos que, por otro lado, escasean en este Tour, tal vez salvando a McEwen. Porque Zabel es más que eso y Freire, de momento, es menos (ayer casi ni fue: 12º). A diferencia de ellos, Petacchi comparte con Cipollini esas celebraciones exhibicionistas en las que levantar los brazos es casi como abrirse la gabardina ante cien fotógrafos. Lo malo es cuando no impresionas.

En fin, que Petacchi se ha convertido en el moderado aliciente de la primera semana del Tour, que es poco más que un entrenamiento antisiesta, el cuaderno Santillana antes de la verdadera diversión o del verdadero sufrimiento, veremos. Pero eso llegará mañana en los Alpes. Hoy los ciclistas afrontarán 230 kilómetros (y al día siguiente, otros tantos), distancia absurda si se piensa en el espectáculo o en la salud de los corredores, o en la de los telespectadores o en la del tipo ese que se viste de diablo que un día morirá de insolación. No le vendría mal al Tour copiar los trazados más cortos y variados de la Vuelta a España, porque lo único que se consigue con las jornadas maratón es que se vaya de paseo hasta el último trecho o hasta el último puerto. Las consecuencias de tanta paliza se comprobarán en la primera gran montaña.

Ayer, como cada día, hubo escapadas de variopintos franceses, entre los que coló el infatigable Finot, el mismo que esta semana fue cazado a dos kilómetros de meta. El pelotón, que tiene sentimientos, le cazó esta vez mucho antes, con el consiguiente ahorro de dolor. También se vio por las primeras posiciones a Hinault, de nombre Sebastien. Un ciclista digno de compasión porque hay apellidos, en ciertas profesiones, a los que no se puede sobrevivir.

Otro porrazo. Y hablando de apellidos, a falta de dos kilómetros para meta Vicioso y su bicicleta salieron por los aires, lo que confirma que la única diferencia entre los sanfermines y la primera semana del Tour es la hora. El corredor de la ONCE tiene maltrecha la muñeca izquierda y salvo donación ósea de Hamilton podría abandonar.

Lo demás fue lo que, si no interviene algún valiente (Finot, tal vez), se repetirá esta tarde: entrada fulgurante a una ciudad repleta de curvas que parecen colocadas por el controlador aéreo de Aterriza como Puedas y, en el último instante, Petacchi en su esplendor, buscando las cámaras para enviar un mensaje a Cipollini, de vacaciones en Egipto, el muy faraón. Todo eso si Freire no descubre que estamos todos dormidos y se decide a ganar.