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Primera | Real Madrid 7 - Valladolid 2

El Madrid se desmelena

Hat-trick de Raúl. Maravillosos goles de Zidane y Ronaldo. El Valladolid, totalmente inofensivo

Actualizado a
<b>VOTE POR EL MEJOR DE LOS SIETE EN AS.COM</B>. El partido fue una exhibición por la belleza de los siete goles del Real Madrid. Los galácticos utilizaron todo tipo de habilidades para llegar a la red de Bizzarri, en una preciosa competencia por hacerlo bonito. Así, es difícil decantarse por el más espectacular de los siete tantos y pedimos a nuestros lectores que emitan su voto. Y lo pueden hacer a través de as.com.
macario muñoz, Jesús aguilera, a. aparicio y carlos martínez

El vaporoso vestido que lucía Ana Botella en el palco, muy de la campiña francesa, qué felices seremos los dos, definía exactamente lo que fue el partido: rosa palo. Rosa, el Madrid; palo, el Valladolid, como ustedes ya se han imaginado. Ambos vaporosos. El poder encierra una profunda sabiduría, porque el partido combinó todo lo hermoso y florido de los galácticos con la triste penuria de los pobres. Y sucedió todo en un ambiente un poco de picnic, de tarde en el hipódromo, de día después de la boda, algo ligero para que nos baje la cena.

Fue un partido, pero pudo ser una portada del ¡Hola!, impecables todos, sonrientes y guapísimos. Y dispuestas así las cosas, Aznar en el palco y la niña casada, el Valladolid quiso contribuir generosamente al espectáculo, cómo negarse, con mención especial a Julio Cesar, que marcó un bonito gol y no lo celebró, porque es un hombre de palabra y porque lo metió en propia puerta, nadie es perfecto.

Fernando Vázquez no se quedó corto e hizo también un magnífico regalo de bodas. Acumuló gente en defensa y les quitó las pistolas o les recomendó que no las utilizaran. Además, dejó a Makukula en el banquillo, no vaya a ser que la líe en un córner y no nos vuelvan a invitar nunca.

Queiroz, que no lo imaginaba tan fácil, había cambiado el sistema y había optado por el doble pivote Cambiasso-Beckham, como una forma de proteger el centro del campo. Figo regresaba a la derecha y Zidane a la izquierda, pero sin pasarse. Es decir, sistema delbosquiano, que se puede resumir en que es mejor enseñar los hombros que las nalgas.

Como se pueden imaginar, en cuanto el Madrid descubrió que el enemigo era bizcochón se lanzó a por él con las cabriolas habituales. Así, una vez abierto el camino por Julio Cesar (tiro de Ronie), llegó el segundo gol, rosca de Figo y espuela de Raúl, un poco de aquella manera. Pero la genialidad también es conseguir que los churros acaben en la escuadra.

El festival estaba inaugurado y lo continuó Raúl con otro gol igual de fabuloso pero más consciente: pase de Roberto Carlos y vaselina sobre Bizzarri, al que cuando pisa el Bernabéu le entra todo con una facilidad asombrosa, extraños magnetismos telúricos. A partir de este gol ya habría que mirar el marcador para llevar la cuenta.

El siguiente fue de Zidane. Fantástico pase en profundidad de Beckham desde la calle Orense y el francés que engancha la pelota con la izquierda antes de que caiga. Sublime, de esas cosas que hace este chico y que luego le dan un poco de vergüenza, aunque se ríe.

El árbitro. El picnic era una fiesta e Iturralde reclamó sus minutillos de gloria. Beckham abrió un brazo cuando hacía de barrera e interceptó el balón, ante lo cual el árbitro pitó penalti. El castigo lo transformó Losada. Pero tres minutos después, Iturralde, tal vez presa de los remordimientos, pitó otro penalti, esta vez a favor del Madrid y completamente inventado. Gol de Figo.

Y sin tiempo para tomarse un canapé de salmón, Chema cabeceó a la red un pase de Ricchetti. Luego vino el tanto de Ronaldo, al que se le intuía la travesura en cuanto controló el balón, se la pasó por detrás y disparó con la izquierda.

Y para finalizar la faena (espero no haberme dejado ningún gol, pudiera ser), Raúl que burla la salida de Bizzarri y solo junto a la raya marca de taconazo perplejo y levemente displicente.

Quien viera este partido por primera vez no debería volver a ver ninguno más. Porque cosas como las de ayer sólo suceden cada mucho tiempo: un equipo maravilloso contra otro que no se defiende, sin plan y sin ánimo.

No cabe ni una conclusión, el Olympique será otra historia. Sólo se puede festejar el espectáculo, felicitar a Aznar por el partido elegido, aunque el presidente no iba con nadie, que él va con España.