Un millar de olés

Ciclismo | 17ª etapa

Un millar de olés

Un millar de olés

jesús rubio

El británico David Millar se impone en Córdoba después de un fabuloso ataque. Nozal está un día más cerca de proclamarse campeón de la Vuelta

Y justo cuando empezábamos a darnos la vuelta, aquí nunca pasa nada, surgió esa imagen, Nozal con sombrero cordobés, el maillot rojo y gualda, ellas y sus besos, los claveles, sus pendientes, el reclamo definitivo para cualquier patrocinador, de Iberia a Soberano, pasando por el Ministerio de Asuntos Exteriores y la Oficina de Turismo, everything under the sun, todo bajo el sol.

Hay cuadros ante los que nos estremecemos porque nos recuerdan lo que somos en esencia: diferentes combinaciones de Juanito Valderrama y Manolete (el torero y el nuestro) y esto no hay Armani en el mundo que lo disimule. Conclusión: la Vuelta nos pertenece y hay que quererla del mismo modo que se quiere a la familia, adorable en ocasiones, plomiza muchísimas veces, pero siempre entrañable, gente que no te juzga por tu última estupidez sino que hace la media con todas las anteriores.

Después de este arrebato patriótico-sentimental les diré que la etapa la ganó un magnífico ciclista, el escocés David Millar, lo que es un honor para él y para nosotros. Tanto mérito como su victoria tiene no haber huido, como otros ilustres, y haberse sobrepuesto a dos atropellos de Nozal en las cronos. Ese tipo de insistencia diferencia a un campeón de un pusilánime.

Y en el caso de Millar es más difícil querer que poder. Si se pone, parece capaz de todo, motivo por el que antes de cada Tour avisamos con que ojito a Millar y a mitad de carrera decimos que no sube ni la rampa del garaje.

Ayer quiso ganar y ganó. Lanzó un ataque fabuloso y dejó tirados a Sevilla, Unai Osa, Mercado, Rasmussen y Alberto Martínez, compañeros de fuga, o eso creían. Su descenso del Alto de San Jerónimo nos recordó el trocánter de Beloki, tanto miedo dio.

Una vez en el podio, Millar se puso el sombrero cordobés, pero sin la mitad de gracia que Nozal. Su look es posmoderno, como demostró en el Tour, cuando subió a recoger las flores vestido de rapero, chándal de su hermano mayor y gorra al revés. A Hinault casi le da un ataque.

En otros asuntos, en cambio, su gusto es exquisito. Por ejemplo, en su página web (itsmillartime.com) el británico asegura que su mujer ideal es la actriz Natalie Portman, imaginamos que lo dice por si cuela y un día se la encuentra (viejo truco, amigo). Por cierto, acceder a algunas de sus fotos más personales obliga a una suscripción de diez libras anuales, cifra desorbitada cuando los nuestros se despelotan gratis. Este detalle nos indica todo el ego que le cabe en 192 centímetros (de altura, naturalmente).

Interés. El caso es que no sé si por la victoria de Millar o por la imagen de Nozal, la Vuelta parece reactivarse, adquirir una nueva dimensión, una alegría renovada, tal vez sea que se acaba. O que llegamos a Madrid, donde nunca pasó nada hasta que Perico (siempre él) se merendó a otro Millar, pero de nombre Robert, al que mi madre agredió aviesamente (collejón) en la subida a Cotos (imagen imborrable) y que jamás pudo superar el golpe (de Perico), hasta el punto de que rumores injustificados lo sitúan en bares de mala muerte cantando blues disfrazado de Ella Fitzgerald. Seguro que es mentira, no tenía planta, ni voz.

Es confusa la historia del sombrero cordobés. Parece que en el siglo XVIII los campesinos de la comarca, hartos de que el viento doblara las alas de sus sombreros, idearon un modelo con los bordes rígidos para que no se deformara con el agua (aunque no llovía). Ya entonces no le quedó bien a nadie. Un siglo después, Julio Romero de Torres, pintor de la mujer morena (el muy listo), descubrió que era a ellas a quienes les sentaba bien. Ayer lo pudimos comprobar.