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Primera | Real Madrid 2 - Deportivo 1

Vuelve por Navidad

Raúl resurge y sentencia en el minuto 86. Fabuloso partido. Gran Deportivo. Y magistral Zidane

Actualizado a
<b>GENIAL</b>. Zidane fascina a Duscher con uno de sus toques.
MACARIO MUÑOZ, A. APARICIO, CARLOS MARTÍNEZ Y JESÚS RUBIO

Es como si en caso de empate las décimas siempre fueran del Madrid, como si no resultara sufi ciente superarle por un poco, como si fuera necesario bailar sobre su tumba y ni aún eso dejara tranquilo a quien se atreve; el Madrid siempre vuelve, el Madrid te mata, tantas veces se ha dicho que no me extrañaría que en los últimos minutos el Deportivo, al comprobar que el gigante seguía vivo, bajara los brazos y se empezara a temer lo que iba a suceder, como esas víctimas que quieren huir del peligro y sin querer lo invocan: va a pasar, va a pasar, va a pasar. Y pasó: gol de Raúl.

Sí, Raúl. Porque volvió Raúl, al menos regresó del desánimo, de la tristeza. Su primera parte fue magnífica, incendiaria, salió mineralizado, lanzando consignas y balones, tocando la corneta, como esa muchacha del cuadro que enseña un pecho y ondea la bandera de Francia, libertad creo que se llama.

Ese gol a falta de cuatro minutos hizo justicia a Raúl, a su eterno empeño, aunque no me atrevería a decir que también se la hizo al partido, lo pensaré mientras escribo, la crónica es larga.

Arranque fastuoso. La primera parte fue tan bonita que ponía nervioso, mucho. Uno siempre espera que las cosas hermosas se rompan o se acaben pronto o se vayan con otro, por eso miramos constantemente el reloj y por eso decimos no te vayas, primer paso para que las cosas se rompan, se acaben o vayan con otro.

Imaginen al mejor Madrid, a Zidane con el poeta subido, el Bernabéu esplendoroso y Aznar triunfante como si hubiera ganado él la recompensa. Imaginen un partido que parece perfecto y que cuando empieza es mejor. Fue algo así y cuanto más exagero más cerca me quedo. Pero no resultó de ese modo sólo por el Madrid, lo fue también por el Deportivo, por su forma de capear el temporal alzando las velas y navegando encima, a todo trapo, viento en popa.

No, el de ayer no era el Deportivo que se afl ige, ese arsenal de grandes jugadores a los que a veces les falta, cómo decirlo, identidad, conciencia de nación, que en este caso es conciencia de camiseta, de escudo, de vieira, de gaita. Era el Deportivo del Centenariazo, el que se enfurece, el que presiona y muerde, el que se ofende, porque este equipo necesita jugar un poco ofendido.

El partido se convirtió desde el primer minuto en un tobogán. Zidane proponiendo versos y esgrima, como Cyrano (y al fi nalizar, os hiero), y el Deportivo respondiendo en rosa, frases largas y pases cortos. Muy bien Luque, afiladísimo, y fantástico Sergio, capaz de construir una choza monísima y luego una catedral gótica.

A los 20 minutos, un pase fabuloso de Beckham desde Toledo (Ohio) lo paró Raúl como sólo puede hacerlo una estrella de primerísima categoría, jamás un currantillo con instinto de barrio y alguna fortuna. Tras el control, vino un pase que dejó solo a Ronaldo, que quiso colocar y se la paró Molina, Loquillo hecho guardameta, y no lo digo únicamente por el aspecto sino por esa cierta amargura que nos hace imaginarlo en un cadillac solitario.

Surge el árbitro. No tardó en responder el Deportivo. Primero fue Valerón, que la mandó fuera, demasiado fácil para su talento en arabesco. Después fue gol de Luque, pero el árbitro lo anuló. La única explicación creíble es que el colegiado estornudara en el momento del pase y el línea estuviera tapado por Raúl Bravo, cuya posición hacía legal la de Luque.

Para aliviar las conciencias (la suya, mayormente), lo mejor que podía hacer el árbitro era anular un gol al Madrid y lo anuló, aunque en este caso se puede decir que pitó antes, lo que le exime de cierta responsabilidad y deja el asesinato en homicidio involuntario.

Y el partido volvió a empezar, sin victimismos, otra vez con el campo estiradísimo, ni un melón, todo gloria bendita, excepción hecha, quizá, de Figo, demasiado obcecado y demasiado chupón, porque es un futbolista al que le cuesta mucho entender que no es su día, que habrá que to car y no insistir, que hoy no burlaremos defensas.

Justo cuando faltaba un minuto para que acabara esa maravillosa primera parte, Helguera envió un balón larguísimo a Zidane. Hasta aquí, más o menos normal. Incluso lo fue el control del francés, acostumbrados como estamos a su repertorio: recogió el balón con el pie como quien pone una cesta.

Entonces vino lo extraordinario. Cuando la pelota botaba mimosa tras aterrizar en blando, cuando Manuel Pablo frenaba porque ese balón no corría más, Zidane lo enganchó con el exterior del pie, con las rayas de Adidas, y lo volvió a impulsar hacia delante, Manuel Pablo detrás, rendido y desarmado. Fue como un contra-contraataque. Zidane corrió solo, encaró a Molina, y se la puso a Ronaldo, que marcó.

La igualada. Duro golpe para cualquiera, pero no para el Deportivo de ayer, que salió del vestuario más ofendido aún. Pandiani, que acababa de sustituir a Tristán, empató el partido al colarse por un pasillo que le iluminó Sergio. Y vuelta a empezar, pero más cansados, más abiertos y menos poetas.

En un momento pareció que el partido ya sería del Deportivo y en otro que del Madrid y en el tiempo restante pareció un empate, tanto que hubiéramos apostado por eso, esto no lo mueve ni manitú, santas palabras del capitán del Titanic antes de poner el barco on the rocks. Les diré a este respecto que si la película tiene tanto éxito entre las mujeres es porque él muere y no le da tiempo a convertirse en Homer Simpson, nuestro destino natural.

Pero cuando el partido se esfumaba, cuando casi todos hubieran firmado la paz, surgió el único que quería más guerra, Raúl, gol, la libertad, el pecho fuera. Es como aquel chiste del tipo que cae por un precipicio y consigue agarrarse a una ramita a punto de troncharse. Desesperado, grita: "¡¿Hay alguien ahí?!". Y en ese momento una voz resuena desde el cielo para decirle: "Déjate caer hijo mío y un coro de ángeles te recogerá a dos metros del suelo con sus brazos amorosos". Y el tipo que se lo piensa y grita: "¿Hay alguien más?". Pues sí, amigo, hay alguien más: Raúl.

Dice Magallón, mi amigo-boya, cuya principal misión es ejercer de Mauro Silva afectivo, que no lo dude, que el Madrid mereció ganar porque tuvo más ocasiones. Tan fácil, tan Mauro. Yo sigo dudando. Creo que sólo ganó realmente al finalizar el partido, cuando Beckham se encaró con Scaloni y alzó los brazos al Bernabéu, cuando se ganó al escenario y nos enseñó lo único que nos quedaba por ver: la coleta de Shakespeare.