Un genio que no tiene precio

Yo digo | Jesús Mínguez

Un genio que no tiene precio

Los genios no deberían morirse nunca. Y Robert James Fischer lo es. Lo fue por su juego y lo es por su vida. Un genio sin precio que en esta época de endiosados deportistas podría convertirse en un Rey Midas con sólo decidirse a realizar una apertura sobre un tablero. Pero lleva desde 1992 sin mover una ficha, al menos que se sepa, salvo para jugar partidas contra él mismo, contra su coeficiente intelectual similar al de Albert Einstein, encerrado en habitaciones de Los Ángeles, de Hungría, de Japón o, ahora, de Islandia. Analizando endiablados movimientos. Este extravagante ciudadano del mundo no parece haberse desconectado del tablero. Ya en 1990 estableció una reunión secreta en Bruselas con su ex enemigo soviético Spassky (que se pasó a Francia) y otros privilegiados testigos (Jan Timman y Bessel Kok) y Fischer se dedicó a refutar varios análisis de Karpov y Kasparov.

En todos estos años, muchos han querido ponerle precio a su retorno. Tras ganar a Spassky en 1972 renunció a defender título en 1975 con una bolsa de 200 millones de pesetas en juego. El dictador filipino Ferdinand Marcos le ofreció tres millones de dólares de los de 1975 con un no por respuesta. Una marca de champú quiso patrocinarle y les hundió la promoción: "Yo no puedo anunciar algo que no sea bueno para el cabello". Por fin el financiero yugoslavo Vasilevich le convenció por 450 millones de pesetas en 1992 para la revancha contra Spassky en Sveti Stefan, aunque sus allegados dejaron claro que su único leit motiv era "el reconocimiento del ajedrez mundial". No se sabe qué hizo con ese dinero, ni a qué fantasmas ha ido persiguiendo por medio mundo porque la leyenda le sitúa sin un dólar en el bolsillo. El genio ha dejado definitivamente de tener precio.