El miedo a la puerta de casa

El miedo a la puerta de casa

Que por mucho que lo intentemos nunca sabremos lo que nos deparará el destino es una certeza, a veces sobrecogedora. Mi amigo José Carlos Tamayo se encuentra ahora mismo al pie de la pared norte del Gasherbrum II, un ochomil que nunca ha sido escalado por la vertiente china, enfrentándose a una difícil decisión: qué vía elegir para llegar a la cumbre. Es una decisión comprometida porque cualquiera de las dos posibles rutas tienen serios peligros en forma de aludes de nieve y hielo. Su opción no sólo puede repercutir en su seguridad, sino en la de sus compañeros, lo que hace más difícil tomarla pues el peligro en un ochomil siempre se escribe con mayúsculas. De no estar ahora en el Karakorum, José Carlos bien podría haberse encontrado trabajando con la agencia Banoa en el Yemen -algo que ya ha hecho anteriormente- guiando el grupo que ha sido brutalmente atacado por terroristas yijadistas esta semana. Cuando la vesania del fanatismo terrorista se ceba en indefensos turistas no sólo quiere hacer daño a la industria del país donde atenta, aunque sea casi la única fuente de riqueza de un país como Yemen, que está entre los más miserables y deprimidos del planeta.

Busca hacer realidad su único móvil: implantar el terror en la sociedad para que nos sintamos indefensos y vulnerables, encerrarnos tras los muros de nuestras casas. Es lo que une a los diferentes grupos terroristas, sean de la ideología que sean, maten en nombre de un dios, de una causa, de una futura patria o de su abuela. Quieren ponernos de rodillas, que nos aislemos rendidos al miedo, convirtiendo cada país en una isla de ciudadanos atemorizados cuando no llenos de odio hacia el extraño. Por eso los terroristas del 11-M han fracasado. Ni hemos dejado de acoger a los inmigrantes, con generosidad y dentro de nuestras limitaciones, ni hemos dejado de viajar. Hoy en día somos uno de los países que mayor vocación viajera tiene y agencias como Banoa han surgido precisamente por esa mayor demanda que nos hace más libres, más universales y, en definitiva, mejores.

Porque el conocimiento del otro, el reconocimiento y respeto de lo diferente, la capacidad para comprender y aprender, que debe rodear todo gran viaje, son el mejor antídoto contra la peste del totalitarismo que nos quieren imponer a sangre y fuego. Ya decía Miguel de Unamuno que el nacionalismo -entendido como una de las muestras del pensamiento totalitario y excluyente que hoy también representan otros terroristas que desgraciadamente tan bien conocemos por estos lares- se cura leyendo y viajando. Así pues, en las manos de cada uno de nosotros está luchar contra los totalitarios al menos, practicando esas dos tan saludables, como cada vez, más imprescindibles actividades. Ese pequeño acto de coraje ciudadano nos abrirá el camino hacia un mundo que es sobre todo, y pese a ellos, fascinante y lleno de apasionantes aventuras.

Sebastián Álvaro es director de Al Filo de lo Imposible.