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Ciclismo | Tour de Francia

El lanzador lanzado

Steegmans preparó el sprint a Boonen pero acabó ganando él

Actualizado a
<b>INESPERADO. </b>Steegmans se gira hacia Boonen al verse ganador de la etapa. Su jefe de filas levanta los brazos entre contento y sorprendido. Al menos, un belga ganó en Gante.
reuters

La Real Academia de la Lengua debería agradecer que el ciclismo se haya apoderado del término "gregario" y lo haya liberado de sus connotaciones más habituales, las zoológicas y las despectivas, las que hacen referencia a distintos tipos de rebaños, animales o humanos. Eso ha permitido que el gregario se relacione con valores positivos como la fidelidad y la abnegación, hasta el punto de referirnos al "fiel gregario" como el máximo exponente del servicio al líder, el que igual le entrega una rueda que le dona un riñón.

Pero entre los gregarios también hay clases. Quizá los más exquisitos sean los que trabajan para los sprinters. Como su intervención final resulta decisiva, durante la etapa deben gozar de los privilegios del jefe, al tiempo que comparten su agresividad y, muchas veces, su fisonomía. Se suele tratar de tipos altos y musculados que contrastan con la austera flacura general. Así es Gert Steegmans (1,90 y 82 kilos), un ciclista que forma parte de la aristocracia de los lanzadores: los que dan el último relevo.

A tenor de su expediente, plagado de buenos puestos que indican que al jefe no le debió ir mal, no es raro que Boonen le arrebatara esta temporada el lanzador a McEwen. Lo que nunca imaginó el belga es que su compatriota y nuevo guardaespaldas le iba a quitar la chica: la etapa de Gante.

Fue sin querer, pero fue. Steegmans impuso un ritmo tan alto en la última recta que ni siquiera Boonen le pudo remontar. Y eso que el gregario, en actitud que le libera de sospechas, no dejó de asomarse por debajo de una axila a la espera de su líder. Pero no llegó. El gesto de ambos sobre la línea de meta fue de absoluta confusión: Steegmans levantó los brazos con timidez y Boonen inició el mismo gesto, como si le costara entender lo ocurrido. Como son velocistas, reaccionaron rápido y ambos se abrazaron convirtiendo el accidente en hermoso gesto de generosidad. Viva Bélgica.

El sprint fue selecto y exclusivo (20 ciclistas) porque una caída partió el pelotón a falta de dos kilómetros (dentro del margen de tres últimos kilómetros sin penalización de tiempo) y provocó una montonera como la presa de Asuán. Hay quien acusa a Quinziato, que habría tocado a Zabel, pero el italiano culpa al alemán.

Heridos.

El caso es que pagaron otros. Cancellara llegó con una muñeca maltrecha, Vaitkus (Discovery) cruzó la meta llorando y otros varios se presentaron como atropellados por un trailer. Las bicis pinchan y el suelo aplasta. Taponado por un amasijo de bicicletas el pelotón ileso vio el sprint final en las pantallas de la organización.

Antes de que todo eso sucediera, la etapa estuvo marcada por tres valientes: Sieberg, Hervé y el español Rubén Pérez (Euskaltel), que llegó a ser maillot amarillo virtual. Sobre la escapada cayeron todos los maleficios posibles, incluida una tromba de agua. Pese a todo, el trío se empleó con un entusiasmo conmovedor. Peleó, se ayudó, se atacó y fue engullido honorablemente a tres kilómetros de meta.

No satisfecho con su protagonismo, Rubén Pérez se vio envuelto en la montonera final y se lastimó la rodilla derecha, lo que no evitó su sonrisa y su sensación de haber participado en la historia de la etapa como un hombre libre, y no como ese gregario llamado Steegmans.