Ramón Morillas voló en las orillas del cielo

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Ramón Morillas voló en las orillas del cielo

Ramón Morillas voló en las orillas del cielo

sebastián álvaro

Tras el fallido rescate de Óscar Pérez, Sebastián Álvaro afrontó otro proyecto en el Karakorum: batir el récord de vuelo en paramotor en el Nanga Parbat. Para ello reclutó a Ramón Morillas y Thomas Dordolot. El primero logró la gesta: 7.578 metros. Y luego repitió en el Masherbrum: 7.821.

Me detuve un rato a observar el tranquilo discurrir del Indo a mis pies, desde la terraza del motel. Estaba en el mayor desnivel de la Tierra y uno de mis rincones favoritos, de esos que sólo comparto con los amigos. Por eso estaba allí. Tras el dramático rescate de Óscar Pérez en el grupo de los Latok, a finales de agosto, pude dedicarme en cuerpo y alma al proyecto que me había llevado al Karakorum en verano después de varios años de planificación de uno de los objetivos de vuelo libre más ambicioso de los últimos años. La temporada se había acabado por lo que estaríamos solos, abriendo nuestro propio camino y llevando a cabo una verdadera aventura.

Hablando con Ramón Morillas, decidimos acometer una expedición de vuelo libre en una de las grandes montañas. Le propuse ir a volar al Nanga Parbat (8.125 m), pues allí se encuentra el mayor desnivel del planeta, porque entre la cima del Nanga y el río Indo a su paso por Chilás hay un brusco talud de siete mil metros, en tan sólo 30 kilómetros de distancia a vista de pájaro. Ese sería el escenario de nuestra expedición.

He conocido a muy pocas personas que reúnan, como Ramón, el conocimiento técnico preciso para diseñar una operación de gran riesgo y la valentía necesaria para acometerla. Por eso su dominio en el mundo del paramotor es realmente abrumador: posee el récord del mundo de distancia (más de 1.100 kilómetros entre Jerez y Tenerife) y tenía también el récord de altitud (6.740 m) amén de otros muchos, como el de ganancia. A estos logros suma su habilidad con el parapente o llevando a cabo ejercicios de acrobacia con el paramotor.

En una palabra: disponíamos de la montaña y el piloto. Sólo faltaba buscar un objetivo suficientemente "imposible" y hacerlo posible. Decidimos que el mayor reto en ese escenario privilegiado sería intentar subir a las orillas del cielo, es decir, batir el récord mundial de altitud que el propio Ramón poseía.

Intentos fallidos.

Volar con un trozo de nylon es jugar a poseer el cielo. Es sentir que la fuerza de nuestros sueños es más fuerte que la de la gravedad, que nos pone plomo en las alas y nos atrapa allá abajo. Los que se atreven a seguir sus dictados descubren cada instante un espacio infinito para la aventura. No es de extrañar que el belga Thomas Dordolot y Ramón Morillas acudiesen al reto que les propuse. Para ambos era la primera vez que acudían al Himalaya para volar, pero no eran los únicos, pues el equipo se completaba con el juez internacional Ramón López (necesario para homologar el nuevo récord) y dos expertos alpinistas, Ramón Portilla y Álvaro Corrochano, encargados de ayudar en caso de una emergencia.

Colocamos el campo base en la llamada Pradera de las hadas, uno de los lugares más bellos del Himalaya. Tras unos intentos fallidos, el primer vuelo llevó a Ramón a los 5.000 m de altitud, el segundo a 5.700 y el tercero a 6.600, a tan sólo 140 metros de su récord. Quedaba darle el empujón definitivo, aunque sabíamos que cada metro ganado a partir de los seis mil nos costaría mucho esfuerzo, trabajo y Ramón debería arriesgar mucho más.

Carta en urdu.

El 8 de septiembre amaneció soberbio. Por si acaso, Ramón se pasaba al volar y caía en la zona sur de la montaña, en alguno de los valles de los belicosos nativos de la zona, nuestro amigo Samandar le proporcionó una carta de presentación en urdu para que le recibieran bien. Sin embargo, conociendo la afición de esta zona por los Kalasnikhov y el tiro a todo lo que se mueve, no dejaba de preocuparme la seguridad de nuestro amigo. Es algo que pesó en nuestra decisión de no sobrevolar el Nanga.

Al final, Ramón se decidió por una vela de mayor superficie y le presté mi mono de pluma, similar al que se utiliza en las grandes montañas. Thomas no pudo acompañarle ese día porque, a pesar de todas las pruebas, el motor se negaba a arrancar.

Después de un vuelo de tres horas y cuarto, Ramón alcanzó los 7.578 m, casi mil metros por encima de su récord, llegando a la altitud de vuelo del Boeing que une Islamabad y Skardú, llegando, literalmente, a las orillas del cielo. Ese cielo caprichoso, donde reina el aire enrarecido y sutil donde se crean los grandes sueños.

Por si fuera poco, al día siguiente nuestros dos amigos, Thomas y Ramón, volaron hasta Chilás, sobrevolando el valle del Indo y salvando, en conjunto, el mayor desnivel de la Tierra sobre el nivel del mar.

Otro récord.

Pocos días después, Ramón volvió a batir el récord de altitud sobrevolando el Masherbrum, de 7.821 m y filmando la cima desde su paramotor, algo extraordinario y un hito en la historia del vuelo libre. De esta forma poníamos punto final a una expedición que nos reconciliaba con las montañas de Pakistán, después de un verano vertiginoso y dramático. Pero así son la aventura, el azar y la vida: imprevisibles y caprichosos. Y fascinantes.