En el día más importante del balonmano femenino español resulta que el rival era Francia, que tenía tan estudiado el ataque de las chicas de Jorge Dueñas que se anticipaba en el pase, dejaba huecos en plan trampa para que entrasen las españolas, robar balones y lanzar el contraataque. Del estudio sistemático de la Selección vino el triunfo de las francesas, que obligó a las nuestras a jugar contra su estilo, a buscar acciones novedosas, a la individualidad. Y ahí no estuvimos como equipo, y por eso España jugará mañana por el bronce ante un rival que iba por su tercera final en los Mundiales.

España nunca dominó el partido, ni sacó rendimiento a las numerosas superioridades de la primera mitad, ni al trabajo efectivo en ese tiempo de la portera Ciobanu, ni siquiera logró sumar goles fáciles al contragolpe. La sensación era mala: sólo se podía ganar si la defensa se multiplicaban y si las individualidades rendían.

Con sólo dos, perdidas.

Pero España sólo tenía a Marta Mangué (la mitad de los goles de la Selección) y a Begoña Fernández para sumar goles en jugada. El resto estaba perdido: ni apareció el brazo de Beatriz Fernández, ni el de Eli Carla, ni la aportación extremos.

Tácticamente se intentaron muchas variantes, pero salió lo justo ante un rival que tenía en la central Pineau y en las laterales Signate y Ayglon tres armas resolutivas. Incluso se apostó por un desesperado 3-3, decisión arriesgada, a cara o cruz, pero ni lo uno ni lo otro: el marcador se mantuvo en esa diferencia de goles que evita la primera final española.