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Los Cleveland Browns siguen empeñados en ser Rita Hayworth

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Estoy enamorado de Margarita Carmen Cansino. Sí, también de ella. A lo largo de todos estos años os he hablado de decenas de mujeres que se han llevado mi corazón. Y no es que sea un tipo voluble que se va con la primera que pasa. Ni mucho menos. Simplemente las veo, pierdo la respiración, noto la sangre que bulle sin que lo pueda evitar, y entro en un estado de abandono inmediato. Incapaz de pensar en ninguna otra cosa que sea mi amor perfecto en ese momento perfecto. Y nadie podrá negar nunca, porque le retaré a duelo de sangre de inmediato, que Margarita Carmen Cansino es perfecta.

Todos conocéis a Margarita aunque ahora quizá no le pongáis cara. Porque Margarita es eterna. Con esa eternidad que tan bien explica José Luis Garci cuando habla de cine. Porque cuando la veo levantar la cabeza para que su inabarcable melena dorada en blanco y negro se agite como si tuviera vida propia, en lo único que sueño es en peinar ese cabello con mis dedos, tocarlo y oler su fragancia a celuloide. Nunca le he dado mayor importancia a ese guante negro que se separa de su brazo lentamente, como si no quisiera hacerlo, en una de las insinuaciones más eróticas de la historia. Sobre todo porque yo a esas alturas ya he quedado paralizado por los movimientos de cuello que han puesto a danzar la melena perfecta. Y no tengo ojos para guantes ni movimientos de cadera. Sigo nadando en el oleaje de los mechones de esos rizos que son curvas insinuantes. Pasión imparable.

Tras tres equipaciones presentadas por los Cleveland Browns la pasada semana.
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Tras tres equipaciones presentadas por los Cleveland Browns la pasada semana.

Y Margarita está ahí a mi lado. Como os digo, eterna. No me planteo que toda mi pasión tuvo su origen en un suceso con siete décadas de antigüedad. Ni que ella lleve casi veinte años reposando en el cementerio de Santa Cruz, en Culver City. Ella está ahí, a mi lado, cada vez que la veo agitar la melena. ¡Te quiero, Margarita!

Estos últimos días he pensado mucho en Margarita cada vez que presenciaba los cambios de imagen de los Cleveland Browns. Un equipo empeñado en ser eterno y que hace un trabajo concienzudo por dejar de serlo.

Desde que el 8 de septiembre de 1998 recuperaron el equipo que Art Modell, adorado propietario sempiterno y postrero traidor, se había llevado a Baltimore tres años antes, los Browns apelaron a su historia para intentar recuperar su prestigio. Todo hay que decirlo, sin aclarar de paso que los de Cleveland llevaban muchos años sin parecerse una pizca al conjunto que había dominado la competición a finales de los ’40 y mantuvo el pedigrí de gallito en los ’60 y ’70. Como mi adorada Margarita.

Es curioso. Cuando nacieron en 1946, el año del estreno de 'Gilda', los Browns quisieron ser Joe Louis, ‘The Brown bomber’. Y ese fue el primer paso para adoptar su nombre más allá de que Paul Brown fuera su primer entrenador. Así que ni ‘Cafés’, ni ‘Chocolate con Churros’. Boxeadores dirigidos por un entrenador mítico sobre una parrilla de césped. Orgullosos de su carácter y coronados por una aureola de perlas. Jim Brown, Ernie Davis, Don Fleming y Otto Graham. Lou Groza, Len Ford y Frank Gatski. Fútbol en estado puro. Talento a raudales. Melenas al viento de amor y entrega por un deporte. Los Cleveland Browns.

Los jugadores, durante la presentación de las nuevas equipaciones.
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Los jugadores, durante la presentación de las nuevas equipaciones.

Por eso ha sido tan triste, tan cómicamente decadente, un cambio de imagen que nos vendieron hace algunas semanas y que solo consistía en una mutación de pantone. Un poco más de magenta y unas gotas de negro para justificar muchos meses de trabajo. Por lo menos fueron sensatos. No intentaron entrar a saco en la melena de Margarita para teñirla de negro y alisarle el pelo.

La misma pena se reprodujo con el cambio de uniforme que tan criticado ha sido y que, sin embargo, me hizo suspirar aliviado cuando pude verlo por primera vez después de muchos días de espera angustiada. Me temía que en Nike iban a vestir a Margarita con pantalones vaqueros, como vistieron a los Seahawks de guerreros Halo (ya nos hemos acostumbrado e incluso nos gusta) y desnudaron a los bucaneros de Tampa para convertir su uniforme en una especie de cajón de rastre en el que cabe todo (a ese esperpento no creo que no nos acostumbremos nunca).

El nuevo uniforme de los Browns me gusta. Es viejo, con sabor añejo y guiños clásicos de fútbol bueno. El nombre sobre el número grande, potente, como diciendo que todos los que lo portan se sienten orgullosos de hacerlo. Y esa sombra en el número que no se esconde y nos remonta en el tiempo. Pero también tiene toques modernos como el apelativo en el lateral del pantalón o los pequeños detalles de color en las costuras. Por fin, después de tres intentos, Nike deja de darme miedo tras ese plan inicial de dar la nota reinventando el fútbol americano.

Pero todo lo anterior, un cambio de pantone y una actualización acertada, aunque quizá innecesaria, en los uniformes, no esconden que los Browns ya hace mucho tiempo que dejaron de ser ellos mismos. Como si Margarita se hubiera reencarnado en Miley Cyrus. Porque una franquicia, si quiere apelar a su pasado, tiene que ser respetuosa con él, con sus formas, sus valores, sus ideales. Y los Browns de ahora nada tienen que ver con los de antaño.

Rita Hayworth.
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Rita Hayworth.

Y tampoco hubiera pasado nada si los de Cleveland hubieran mirado más al futuro en su reencarnación, sin necesidad de echar la vista atrás. En realidad, los Cardinals son la franquicia más antigua de la NFL, por mucho que también hayan saltado de sede en sede como una pulga, y nunca se han molestado en sacar moya por ello.

Eso son los Browns de 2015. Un equipo cuyo abanderado acaba de pasar varios meses en una clínica de desintoxicación, cuyo propietario moja en la salsa sin parar a través de un manager general y sus mensajes de texto. Un conjunto que en la última década ha parecido trabajar bien en dos o tres ocasiones, pero que siempre ha devuelto el proyecto a la morgue justo cuando el corazón empezaba a latir. Una casa de locos en la que los entrenadores se van porque les echan y porque no aguantan más. El camarote de los Hermanos Marx en color naranja y marrón. Un lugar en ninguna parte al que casi nadie quiere ir. Un apelar permanente al pasado que nadie recuerda sin mirar a un futuro que nadie vislumbra…

Y yo, mientras tanto, sigo en mi sillón, enamorado, contemplando la maravillosa melena de Margarita Carmen Cansino, porque algunos mitos sí que son eternos y no necesitan que nos lo recuerden día tras día. Lo confieso: ¡QUIERO A RITA HAYWORTH!