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El engendro supersónico de los Philadelphia Eagles de Kelly

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No hay proyecto más fascinante ahora mismo en la NFL que el de los Philadelphia Eagles de Chip Kelly. Su heterodoxia ha alcanzado a todos los órdenes de la franquicia. La gestión de la plantilla. Los movimientos con los jugadores estelares. La forma de juego. La filosofía del ataque. La relación con los directivos. La calma en medio de la tempestad. Incluso la fe absoluta en su forma de hacer las cosas por encima de la marabunta que le rodea. Todo en este proyecto ha socavado la forma en que pensamos que se han de hacer las cosas en la liga. Y, por eso, su éxito, si llega, será poco menos que un terremoto. Y, visto lo visto en pretemporada, ese éxito puede llegar antes de lo que se pudiera sospechar.

El párrafo anterior podría haberse escrito en junio y sería igual de cierto. Lo que ha cambiado para que hoy pueda recuperarse el tema es la exhibición que están pegando estos Eagles en general, y Sam Bradford en particular, en pretemporada, en especial en el último partido jugado contra los Green Bay Packers. Por supuesto, no tiene ningún sentido echar las campanas al vuelo en partidos que no cuentan, y no hay que leer demasiado en las conclusiones de estos encuentros sin chicha ni limoná, pero hay tendencias, actitudes y movimientos que no pueden ser pasados por alto.

Chip Kelly ha hecho del juego de ataque up tempo su religión. Hacer tantas jugadas como sea posible, moverse a toda velocidad, ejecutar drives supersónicos, llegar a la end zone en el menor tiempo posible. Cuando lo hizo con los Oregon Ducks, de la NCAA, se convirtió en una maquinaria de anotación descomunal, y todo QB que se puso detrás del center pareció ser un candidato al Heisman Trophy (premio al mejor jugador del año). Pero trasladar eso a la NFL es asunto distinto.

Y, sin embargo, eso parece que es lo que está sucediendo. Sam Bradford, este pasado sábado, tuvo una noche perfecta. No, literalmente. Diez pases completos de diez intentados. Tres touch downs. Algunos pases que, de ser en partido real, serían memorables. ¿Es este chico el mismo que veíamos penar tras la OL de los Rams o es el retorno de aquel impresionante muchacho que jugaba para los Oklahoma Sooners?

Juraríamos que lo segundo, pero es por eso que resulta tan complicado evaluar el juego individual en un deporte tan dependiente del equipo al completo como este. Porque no ha de olvidarse lo que pareció Nick Foles en este sistema hace dos años. Y tampoco ha de olvidarse que el sistema está concebido para maximizar el trabajo del pasador simplificándole las lecturas.

He ahí donde Chip Kelly parece estar triunfando: en convertir su sistema en apto para la NFL aún con jugadores que no tienen el nombre de los más grandes. Es la confianza en este punto el que le ha llevado a hacer todos su demás movimientos. Debido a que cree en su playbook por encima de todo ha sido capaz de desprenderse de figuras que, para él, no aportan la diferencia que su salario marca. Gracias a su convencimiento ha subido al despacho del dueño, Jeff Lurie, y ha pedido la cabeza de su jefe, el general manager Howie Roseman. Porque el engendro ofensivo, esa maquina imparable, le da coartada para todo.

Por supuesto, esta historia aún está por escribirse. Y no somos pocos los que dudamos que todo vaya a salir bien. Pero Kelly no duda nada. Y esa autoconfianza es su principal motor para llevar a cabo una revolución que tiene el potencial de poner patas arriba la liga. Si es capaz de ganar en esta liga con un QB al que se daba por amortizado... si es capaz de ganar soltando piezas como Jeremy Maclin, DeSean Jackson o LeSean McCoy... si es capaz de ganar obligando a su defensa a estar en el campo cada dos minutos porque sus ataques son de susto o muerte continua... si es capaz de ganar poniendo al general manager entre la espada y la pared... si es capaz de ganar con una pizarra que sólo ha tenido éxito con chicos de la universidad... entonces, y más en una liga en la que las modas se copian de forma instantánea, todo habrá cambiado.

Y, si nos guiamos por las sensaciones de pretemporada, y aunque parezca una quimera, el engendro de Chip Kelly con los Philadelphia Eagles pinta a ello. Casi nada.