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HISTORIA DE LA MLB

Los Blue Jays hacen historia en las Series Mundiales de 1993

Joe Carter protagonizó una hazaña única en los clásicos de otoño, acabando la final con un home run por segunda vez en la historia.

Actualizado a
Joe Carter protagonizó uno de esos momentos con los que sueñan todos los niños que juegan al béisbol.
Rick StewartGetty Images

Tal vez ocurre que se te pone por delante de la mirada un escenario con lo cual muy a menudo anhelaste con los ojos abiertos en los días dichosos y despreocupados de la niñez. Sientes un escalofrío que te salpica por todo el cuerpo. Tienes la sensación de vivir el tiempo de tu vida. Te falta solo una gesta heroica para ser clavado en la leyenda. Una proeza para cumplir una hazaña que hará feliz a una ciudad o, en este caso, a un país entero. Quizás habías pensado que se trataba de una quimera o por lo menos de un sueño casi imposible de hallar. En cambio aquí estas, a un escalón del mito.

Estamos en la Serie Mundial del año 1993. Los Toronto Blue Jays querían repetir el triunfo cosechado hace 12 meses y convertirse en la única organización capaz de retener el título en más que una década. Los sorprendentes Philadelphia Phillies tenían planes distintos y se ilusionaban con aplazar la temporada hasta el séptimo y decisivo partido. En la parte baja del noveno y último asalto, el conjunto de la ciudad del amor fraterno necesitaba solamente eliminar a dos contrincantes para empatar la serie a 3 y volver a alumbrar el césped el día siguiente. Los Azulejos estaban por debajo de una carrera pero presumían de dos corredores en las bases y de un amenazante bateador recién llegado al box de bateo deseoso de finiquitar las cuentas. En el montículo el cerrador descabellado Mitch Williams.

El Hall of Famer Roberto Alomar fue uno de los protagonistas de los Blue Jays en el Clásico.
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El Hall of Famer Roberto Alomar fue uno de los protagonistas de los Blue Jays en el Clásico.The Sporting NewsSporting News via Getty Images

Los dos rivales llegaron a esta puntual situación tras una semana de tensas batallas y de improbables jugadas. Se registraron muchos momentos por recordar y otros cuantos por el olvido. Los canadienses eran los dominadores de aquellos primeros años 90. Bajo el mando del sagaz Cito Gaston perdieron la final de la Liga Americana de 1991 contra los futuros campeones de Minnesota, luego se adueñaron del anillo venciendo a los Atlanta Braves. Con respecto al año anterior habían añadido pilares que se revelaran fundamentales como Paul Molitor, atacante de piel cuarteada y curtida que combinaba puntería asesina y fuerza monumental, John Olerud, otro poderoso atracador, y Rickey Henderson, que se encargaba de la velocidad y de la picardía. Resumiendo en una única palabra, la ofensiva canadiense era explosiva. Los Phillies eran, en cambio, una sorpresa. Últimos en el curso anterior habían conseguido ganar la división y derrotar a los súper favoritos Atlanta Braves en la final de la Liga Nacional. Era un grupo de vivarachos, de muchachos bohemios, con barbas y pelos largos, capaces de golpear con mucha autoridad la pelota.

En pleno verano indio, este particular y mágico lapso de otoño en el cual los paisajes asumen un color purpureo asegurándonos que también algún rincón alrededor de Toronto pueda ser romántico, empezó la serie en la capital del Estado de Ontario. Al lado de la que entonces era la torre más alta del mundo la CN Tower, el nuevo Skydome alardeaba de todas las atenciones de América. A priori se vaticinaba un fulgurante duelo de lanzadores, en cambio muy pronto la pugna fue en un correcalles de imparables y un delirio para las defensas. Curt Schilling, que había brillado en las finales de la Liga Nacionales contra los Braves no supo sustentar un par de ventajas que le regaló su ataque. El abridor de los Azulejos Juan Guzmán, tampoco fue fiel a su fama. Sin embargo, la imagen de la pugna nos la brindó un sublime defensor, Roberto Alomar. Estilísticamente representó la atrapada de la temporada. El boricua demostró un inmenso nivel de coordinación, tirándose como un buceador al césped artificial cazando la pelota golpeada con veneno por Lenny Dykstra. Todavía en vuelo y con su brazo izquierdo estirado hacia la bola pudo atrapar el esférico y eliminar al slugger visitante. Decidieron un par de jonrones: Devon White con un latigazo firmó el empate y en la entrada siguiente John Olerud hizo estallar el coliseo. Los gritos atronadores de los aficionados trajeron en todos los hogares norteamericanos el amor de los canadienses por este deporte.

Lenny Dykstra fue uno de los líderes de esos Phillies en 1993.
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Lenny Dykstra fue uno de los líderes de esos Phillies en 1993.Getty Images

En el segundo desafío los locales fueron otra vez traicionados por su abridor. Dave Stewart había sido el héroe de la final de la Liga Americana, sin embargo nunca fue dueño de su juego contra la novena de Filadelfia que lo arreó duramente. Jim Eisenreich conectó un tremendo jonrón de tres carreras que cortó las alas a los Azulejos y marcó la diferencia. Mulholland no lanzó una prueba memorable pero alcanzó el éxito ayudado por su bullpen que bloqueó con contundencia cualquier deseo canadiense.

La serie se trasladaba debajo de la frontera con un empate y los cascabeles de Philadelphia estaban listos para tocar la copla de la victoria. Los Phillies tenían que proteger su domicilio. Mientras que Toronto había bajado en los Estados Unidos con un par de categóricas inquietudes. Primero el hecho de tener que desafiarse al abridor Danny Jackson que en el año 1985, luciendo la camiseta de los Reales, ya había demostrado de poder dominar a los Blue Jays en la postemporada. En segundo lugar, Cito Gaston, el entrenador nacido en San Antonio, tenía que apartar en el banquillo a uno de sus poderosos bateadores debidos a las reglas de la Liga Nacional. Estallaron polémicas por el hecho que el manager abandonó en el banquillo a John Olerud, prefiriéndole Paul Molitor. En muy poco el debate fue tajantemente asolado. Molitor compitió de manera espectacular y la acometida de los chicos en camiseta blanquiazul destruyó a Jackson. En una auténtica fiesta de bateo, los canadienses anotaron 10 carreras que enmudecieron la chusma del Veterans Stadium. El gurú tejano, primer entrenador afroamericano capaz que llevarse la corona de la MLB, había otra vez atinado.

Bajo una lluvia que hizo época se disputó el día siguiente la cuarta pelea. Es recordada como unas de las más salvajes de la historia de las Series Mundiales. Los lanzadores y, en general, las defensas vivieron una noche atemorizadora que se acabó solo la madrugada sucesiva. Toronto empezó anotando 3 carreras en la primera entrada pero repentinamente fue sumergida por la furia de los Phillies que empezaron el octavo entrada con una ventaja de 5 carreras. Incluso Gaston, con su rostro sibilino, parecía pensar en la siguiente riña, y por ahorrar energía de su bullpen dejó que su relevo Castillo bateara en la séptima entrada, sin anteponerle un pinch-hitter. El lanzador resultó una hora después el triunfador. Porqué los rojiblancos no pudieron bloquear de ninguna manera la explotación de los muchachos de Toronto. El duende Mitch 'Wild Thing' Williams, 43 juegos salvados en la temporada regular, falló. La grima fue tan áspera que un par de aficionados exageraron y mientras que se estaba consumando la hecatombe llamaron al estadio para amenazar de muerte a Williams. Fue una hemorragia infinita para los locales. Los Blue Jays se abalanzaron contra las angustias de Filadelfia y no pararon hasta que alcanzaron la apoteosis. Un 15-14 arduo de olvidar.

El gran Curt Schilling dejó en blanco a los Blue Jays en el quinto partido de cara a forzar el sexto.
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El gran Curt Schilling dejó en blanco a los Blue Jays en el quinto partido de cara a forzar el sexto.Getty Images

Empujados contra las cuerdas, los Phillies se agarraron a Curt Schilling que desempeñó una actuación aparatosa en el quinto encuentro. Ganar era ineludible. Los titulares de la corona pasaron de anotar 15 carreras a quedarse con la boca seca, completamente aturullados por los sabios disparos de Schilling, un hombre que a lo largo de su trayectoria mostraría al mundo que significa ser un lanzador nacido para los grandes proscenios. El numero 38 bregó como un navegado del oficio. Los circunspectos aficionados locales provenientes de una noche parda, tomaron aire cuando el hombre de Anchorage, Alaska, cerró el combate. Lanzó un shutout y regaló a los suyos la esperanza de poder vencer en suelo canadiense donde se volvió para disputar el sexto desafío.

En su reducto, con el reto de refrendar el título, los Azulejos arrancaron de manera espectacular. Sin embargo, cuando todo parecía hecho, Stewart concedió un jonrón de tres puntos que dio vida a los de Pennsylvania. Los Phillies estaban a punto de recoger la victoria pero las congojas recorrían las fibras de sus aficionados cuando sobre el montículo se presentó Mitch Williams, para intentar finiquitar la batalla e intentar ganar la guerra. El rubio con melena rebelde, había registrado un eliminado pero con Henderson y Molitor en las bases, tenía encima de su espalda toda la presión del mundo. Sus aspavientos trasmitían las angustias suyas y de todo los incondicionales de Pennsylvania. Masticaba histéricamente las hojas de tabaco. En el box de bateo, Joe Carter. Este hombre nacido en Oklahoma City que tanto había imaginado este preciso instante mientras jugaba en el patio de su casa.

La saña por torpe final del cuarto juego todavía ardía en el corazón de Williams. El deseo de venganza era muy fuerte. Sobaba la pelota antes de dispararla con un movimiento muy errático. Con su estilo arisco había disparado mal sus primeras dos bolas. Carter dejó pasar el tercer lanzamiento que encuadró el área de strike. La cuarta descarga, una bola rápida que en la idea del pitcher de Philadelphia hubiera tenido que acabar en la parte exterior del plato, tomó la dirección opuesta y Joe Carter armó su bate con todo el vigor que tenía dentro de sus músculos. El choque con el esférico fue violento la pelota se salió de la madera como un cohete y voló hasta las gradas que estaban por detrás del jardinero izquierdo. Jonrón, serie, anillo. Carter brincó y brincó mientras que hacía el más alocados de los recorridos entre las bases. Perdió su casco, movió sus brazos y sus piernas de una manera tan extraña que quizás es uno de los festejos más famosos que se recuerden. Mientras tantos el locutor de los Blue Jays, Tom Cheek comentó: “Touch ‘em all Joe. Nunca jamas golpearás un jonrón tan importante como esto”. Carter había cumplido su sueño y había regalado una noche eterna a todo Canadá.

Efectivamente hasta el día de hoy no se ha vuelto a producir semejante proeza. Ni antes ni después nadie había con un jonrón decidido un partido del clásico de otoño en una situación en la cual su equipo estaba por debajo en el electrónico. Bill Mazeroski, con su cañonazo resolvió un encuentro que estaba empatado. Hoy en día, la jarana de Joe Carter después de su épico gesto, sigue siendo unas de las imágenes que muy a menudo los canales deportivos norteamericanos repiten juntos a otras memorables heroicidades que han escrito la historia de este deporte. Nunca los Blue Jays han vuelto a disputar una Serie Mundial. Los Phillies en cambio saborearon la dulzura de un título en el año 2008. Curiosamente su Director General era el mismo que construyó los Azulejos de los ’90, Pat Gillick. La poesía del beisbol.