Sobre el viejo prestigio del Balón de Oro

Alguien o ‘alguienes’, que nunca se asomaron al balcón ni se responsabilizaron, decidieron que Messi había sido el mejor jugador del último Mundial. Semejante proclamación provocó perplejidad al premiado y cierto discreto bochorno a los aficionados de todo el mundo. Reconozcamos que lo pasamos todos mal. Lo pasamos mal con él. Sentimos que estaba pasando un mal trago al ponerse en evidencia, quizá en su mejor intención de proteger un sistema que es de todos pero que había fallado. En aquel momento pensé en el Balón de Oro. El Balón de Oro de verdad, el que creó en su día France Football.

Nació al tiempo que la Copa de Europa, como forma de premiar al mejor jugador europeo. Eran años en los que la Copa de Europa se arrogó, y cumplió, el papel esencial de zurcir de nuevo Europa (y con ella, una idea de civilización) tras la más terrible de las guerras. Sobre cascotes, con monarquías y repúblicas, dictaduras y democracias, capitalistas y comunistas, católicos, protestantes, ortodoxos y musulmanes, la Copa de Europa rescató la convivencia. Lo hicieron unos cuantos visionarios, entre ellos Santiago Bernabéu, en torno a L’Equipe y su revista, France Football.

Del mismo impulso nació el Balón de Oro. Creado como algo meramente europeo, se universalizó luego. Sufrió el asalto de la FIFA, a la que acabó integrando, supo convertir al invasor en parte de su propia esencia. Y ahí sigue, pasados casi 60 años, y nadie ha tenido que pedir perdón por una decisión imposible de explicar. El tiempo y las circunstancias me colocan en la posición de que mi voto se tenga en cuenta para esto y no me resisto a decir que pocas ocasiones me ha dado la vida para sentirme tan dichoso. Me gusta Europa, me gusta L’Equipe, me gusta France Football, me gusta el Balón de Oro.