El mejor consuelo

El mejor consuelo

Hoy deberíamos estar lamentando que Carlos Sainz haya vuelto a renunciar a un título mundial en aquella isla maldita suya. Sin embargo todos, comenzando por él y su copiloto Luis Moya, celebramos que su abandono y su adiós a la corona de campeón no se haya visto teñida de rojo. El rojo de quince heridos que pudieron haber sido quince muertos, porque cuando un coche se queda sin control a 180 km/h , sólo Dios o la Fortuna, como prefieran, puede decidir cuál será su destino.

No ha habido víctimas y ese es el mejor consuelo. Pero de nuevo la lacra de los rallys vuelve a mostrar su peor cara, esa que hace pensar en la muerte, en la tragedia de quienes nada tienen que ver con la competición y sus riesgos. Una vez más (y van...) falló la organización, las medidas de seguridad no se cumplieron y dos pilotos escaparon por los pelos de un drama que pudo arruinar sus vidas, además de las de unos cuantos inocentes anónimos.

Algunos de los que se denominan puristas de los rallys cuestionan que se incida con reiteración en estos terribles incidentes, refiriéndose a algo parecido al amarillismo para justificar sus críticas. Quizá no deberían anteponer sus opiniones a la cruda realidad y preguntarse, en cambio, si existe algo, y desde luego un deporte, que merece el sacrificio de una sola vida.