Raúl mata al último ogro

Liga de Campeones | Real Madrid 3 - Milán 1

Raúl mata al último ogro

Raúl mata al último ogro

J. aguilera, f. sevillano, a. aparicio, c. martínez, a. martín y a. gonzález

Dos goles suyos abrieron el camino. Guti remató la faena. El Real Madrid vivirá otra final en Moscú.

Raúl mató al último ogro, ya lo han leído arriba, y sólo nos quedan por delante campos repletos de margaritas, la primavera que huele a Champions, o será al revés. Ahora cualquier cosa parece posible. Y tenía que ser Raúl el que borrara la última pesadilla, el exorcista, porque él es el mejor resumen de lo que es el Real Madrid, y hablo de su espíritu, del cemento a las bufandas. De la mano de Raúl se empieza por caminar seguro y se acaba corriendo al galope. Raúl es el guía, el que organiza la fiesta, el que pone la casa. Raúl tiene tanta importancia en todo lo que no es exactamente futbolístico (pasión, alma) que embriagados por eso llega a parecernos que no es un exquisito del balón. ¿Y saben una cosa? Lo es. Raúl es el mejor del mundo.

Pero vamos a organizarnos. Todo comenzó con una sentidísima ovación del Bernabéu a Fernando Redondo, que correspondió con aplausos, un poco ruborizado creo, estupefactos sus compañeros, que también dieron palmas. Fue un desahogo colectivo que surgió justo antes de comenzar el partido, con ambos equipos formados para la batalla. Resultó verdaderamente emocionante, se lo dice un crítico del redondismo amasador. Nunca había visto algo así (mis nuncas tampoco abarcan mucho) y debo decir que cuando fue sustituido se ganó una ovación similar por su adhesión inquebrantable a la causa: no dio una. (Nota: si esto pasó con Redondo, el día que se retire Raúl habrá que sacrificar a una docena de vírgenes en el punto de penalti).

Pero Redondo no fue el único desaparecido en el Milán, no seré ventajista. Tampoco estuvo Rivaldo (pese al gol), ni Shevchenko, ni Seedorf. Con ellos, el Milán da la impresión de estar pasadito, de edad o de rosca, según. Sé que son primeros de grupo y también sé que es probable que nos los volvamos a encontrar en otros precipicios (ojalá), pero este gran equipo, que lo es, carece de suficiente emoción.

Y el Madrid la tiene. En cierto modo esta concentración de estrellas es consciente de que la suya es una coincidencia histórica que lo puede ser más. Y eso les alimenta, especialmente en Europa, donde cualquier amenaza la entienden como un desafío. Y si a estos les mandas a tus padrinos te los devuelven en lonchas, como el choped; luego vete tú, si te atreves.

Y eso que el partido no arrancó como se esperaba, con avalancha del Madrid. Fue un principio enredado, extraño, porque el Milán presionaba muy arriba y lo llenaba todo de piernas. Pero no era este un esfuerzo asesino, encaminado a robar y matar, era más bien un despliegue físico, atlético, sin llegada y sin mucho afán. Y no me pregunten, que yo tampoco lo entendí.

Pero la inquietud que provocaba un duelo sin ritmo, tibio, se despejó en cuanto el Madrid acertó con los cables. Fue así: Roberto Carlos la controló por la izquierda y ejecutó ese regate que acostumbra últimamente: taconazo con la izquierda que le hace salir por dentro y que deja al defensa como al coyote. Al ver el claro, toque a Ronaldo, pared a Raúl y trallazo que fulmina a Abbiati.

Es probable que a estas horas ya hayan oído que en la defensa del Milán había un central que era una novicia, Laursen, para más señas, y un centrocampista que se coló, Dalla Bona. Cierto, pero es injusto restar méritos a los enemigos del Madrid una vez que están fritos; eso es muy fácil. Quede claro que el Milán plantó cara hasta el gol y lo siguió haciendo después. Si lo hubiera tenido a tiro, habría disparado. Pero le dio tiempo a desenfundar.

Ronaldo, que superó la prueba a la que fue sometido por la mañana, tuvo la mejor ocasión del encuentro. La jugada comenzó con un fabuloso pase de Helguera en profundidad, al hueco. Y lanzarle a Ronaldo esos balones es como tirar un hueso a un mastín. Solo ante Abbiati, falló porque era demasiado fácil. Volvió a tener otra, tras pared con Raúl, pero se la volvió a sacar el portero. No hay que preocuparse por Ronie, está muy bien. Y subiendo.

Y cuando la sombra de la duda se cernía sobre el Bernabéu (tras el descanso el Milán llegaba con peligro), Raúl dejó el asunto zanjado (o casi) con un magnífico tanto en el que se burló del defensa y disparó a la escuadra con la derecha, le da igual la pierna. Es de esperar que quienes votan el Balón de Oro no estuvieran echando la siesta: que lo apunten, que hagan algo.

El choque estaba roto, sin centro del campo, de arriba a abajo. Y en ese caos cada llegada del Madrid era medio gol, estas cosas les divierten. Aunque quien marcó fue el Milán: cabezazo de Rivaldo a pase de Maldini el eterno. Pero no dio tiempo a tener mucho miedo, Zidane estaba en el campo y lo recordaba cada poco. En una de esas se coló por la banda y se la dejó a Guti, que había entrado para rematar la faena, hay ciertas películas que siempre acaban igual: bien.

Pero no está todo hecho. Mejor dicho: no hay nada hecho. El Madrid, que ha sabido levantarse con una puñalada en la espalda, se la jugará otra vez el próximo martes en Moscú. Debe ganar, porque o mucho me equivoco o el Borussia vencerá en San Siro, es mucho mejor equipo que el Milán, al que además le saldrán los bajos instintos. Sin embargo, en esta resurrección, se culmine o no, el Madrid ha dejado las cosas claras: no hay un equipo igual. Por eso el partido de Moscú lo verán todos, los que animan y los que temen. Por eso es posible que al Lokomotiv le lleguen jamones y raviolis.

El campeón anda suelto, o pasea de la correa de Raúl, que viene a ser lo mismo. La Champions League, asúmanlo los disidentes, empieza cuando el Madrid lo dice. Y lo ha dicho.