Se busca enemigo

Tour de Francia | 13ª Etapa

Se busca enemigo

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reuters

El italiano Basso colabora con Armstrong, que gana la etapa

El único ciclista en condiciones de disputarle el Tour a Armstrong es un italiano de 26 años que ayer, después de ser atacado sin éxito por el americano, aceptó subir con él a relevos, aun sabiendo, porque me imagino que lo sabría, que la etapa, de llegar juntos, la debería ganar quien se la dejó ganar un día antes, es decir, Armstrong, que al tiempo que se garantizaba el triunfo se aseguraba también no ser atacado por el joven pichón, que tiene fama de bellísima persona y debe serlo de verdad por los pactos que firma.

Cualquier rival de Armstrong debería entender que lo que al principal favorito le beneficia perjudica al aspirante. Visto el absoluto derrumbe de los que venían por detrás, que no significaban amenaza alguna, excepto para ellos mismos, mejor hubiera hecho Basso en ponerse descaradamente a rueda y obligar a trabajar en solitario al americano, que, seguramente, se hubiera agarrado un globo monumental que no sería nada comparado al que le sobrevendría cuando el italiano le intentara birlar la etapa, porque el acuerdo suscrito ayer no tiene vigencia hoy, amigo Lance. Claro que para comportarse así hay que ser mala persona, un poco al menos, no sirve tener alma de teletubbie.

Llegados a este punto, la única esperanza de emoción en el Tour pasa porque Basso (a 1:17 de Armstrong) no se conforme con el segundo puesto y tenga un incontenible ataque de valentía. Asuntos, ambos, harto complicados, aunque el terreno invite, levemente, a soñar: aún faltan dos etapas de montaña y la crono al Alpe dHuez.

Por lo que se refiere a la actuación española, hay que señalar que fue totalmente decepcionante, por no decir depresiva, de hacerse el bonzo, salvo en el honorable caso de Paco Mancebo, con toda la valentía que les falta a otros, espléndido desde la primera semana, atrevido y ofensivo, un ciclista que ha decidido rebelarse a su destino de actor secundario y a la falta de fe de un equipo que apuesta más por los rusos que por él, y si bien la voluntad no aumenta su cilindrada, al menos, da gloria, respeto y prestigio.

Mancebo, que es un palestino del ciclismo que dispara con piedras a los tanques enemigos, está en plena lucha por el tercer puesto del podio, que se jugará con el renacido Kloden. En esa pelea no lucirá el maillot de campeón de España, prenda que se le raciona, porque hay algún acomplejado que piensa que la bandera esconde el nombre del patrocinador; también lo haría el maillot de líder.

Mancebo lo intentó de nuevo muy lejos de meta, pero los chacales de US Postal volvieron a darle caza. Después, en la ascensión definitiva, se retorció como suele, pero con el honor de ser un combatiente, no un superviviente.

Al poco tiempo de comenzar la jornada se retiró Hamilton, que hace un año soportó correr con una clavícula rota y en esta ocasión no se ha sobrepuesto a la muerte de su perro, Tugboat, que debía ser encantador. También se bajó Zubeldia, lesionado. Mientras eso sucedía, Heras y Mayo andaban ya descolgados, del pelotón y del mundo.

Sería terrible que el vigente ganador de la Vuelta llegara a la conclusión de que pasó sus mejores años como ciclista al servicio de Armstrong. Tampoco es muy alentador el mal que asalta a Mayo: moral de cristal y sangre merengada. El líder del Euskaltel se bajó de la bicicleta con la intención de abandonar (y abandonarse) y sólo la insistencia de los Etxebarria (David y Unai) le hizo reanundar la marcha. Un campeón no se comporta así, basta ver la generosa entrega con que Ullrich se golpea contra los muros, también hay grandeza en eso.

Liberado de Hamilton, Sevilla volvió a defraudar, por enésima vez. No lo hicieron ni Pereiro ni Sastre, pese a bajar el tono, ni Rubiera, magnífico en su ayuda al jefe, tanto como el portugués Azevedo, sustituto de Heras en el último empujón al texano.

Curiosamente, el héroe de la jornada llegó a 4:42 del ganador: fue el joven Voeckler, que mantiene el liderato por 22 segundos y lo celebró con efusión. En el reinado de Armstrong los enanos se sienten gigantes y los gigantes, enanos. Snif.