Nadal ya es el maestro más joven de la Armada

Tenis | Masters Series de Montecarlo

Nadal ya es el maestro más joven de la Armada

Nadal ya es el maestro más joven de la Armada

afp

Se corona campeón en Montecarlo y es el número dos del año

Jake La Motta, el llamado Toro del Bronx, fue un boxeador neoyorquino de los años 40, un temible peso medio de instintos destructivos. En Toro Salvaje (1980), Robert de Niro cuajó una interpretación hipnótica de La Motta. "La única forma de detener a Jake era matarle, aniquilarle", recuerdan viejos periodistas que escribieron sobre las embestidas de La Motta.

Si De Niro se pasara ahora por las pistas de tenis del circuito ATP, se llevaría una sorpresa. Y lamentaría no haber podido estudiar a Rafa Nadal en un partido contra Jimmy Connors: hubiera sido algo así como Jake La Motta contra Carlos Monzón, que era argentino, por cierto.

Pero La Motta tenía cierto instinto autodestructivo. Nadal, no. Lo de Nadal es pasión por la victoria. Rafa tiene perfectamente claro lo que quiere cada vez que sale a jugar: ganar, ganar y ganar por demolición, extenuación y emoción. Eso que vimos en Connors, McEnroe, Michael Jordan, Drazen Petrovic... o Jack Dempsey. O La Motta. O Di Stéfano, Don Alfredo, el que jugaba como "toro en ruedo propio y torazo en corral ajeno".

Nadal resiste y vuelca partidos hipertensos de forma que parece inexplicable pero que tiene una razón sencilla: la creación de un terremoto de presión a los pies de cada rival. Hace falta mucha fortaleza mental o todo el tenis de Herr Roger Federer (que ya reconoce perfectamentre quién es Nadal: dijo que iba a ganar en Montecarlo) para arrancar el triunfo de la raqueta de un flexible atleta cobrizo, con pinta de apache del Valle de la Muerte que da la impresión de venir a por tu cabellera en cada golpe. No sé si Nadal crea este océano de presión por simple instinto o por planificación intencionada cuyos resortes gobierna a su antojo. Si es así, si es capaz de generar, desatar y controlar estas tormentas a los 18 años, entonces estamos ante la suma de McEnroe y Connors.

Nadal habita en una tempestad de presión que, a la vez, es una jaula de pasiones que él domina cómodamente pero que aplana al más valiente. Federer necesitó toda su artillería para ganarle: en la pista rápida de Miami. Ayer, Coria, campeón en Montecarlo 2004, seguro que tuvo ganas de tirarse al mar.

Piernas y revés.

Josep Perlas había diseñado para Coria el ataque perfecto: descargas constantes sobre el revés de Nadal, que defiende este tiro, sin pegarle demasiado... y dejadas asesinas cuando Rafa se encerraba en el córner del revés. Lo que le hizo Moyá a Roddick en la final de la Davis, más o menos.

Pero había una suma de problemas para esta táctica: las piernas de Nadal, la garra de Nadal, el corazón de Nadal, el efecto opresivo del atlético niño cobrizo listo para morir por cada bola como un guepardo tras una gacela. Rectificando posiciones y cambiando direcciones, Nadal embotaba los tiros de Coria, que empezó ganando 3-1. Pero Nadal, restando y al galope, ensartó cinco juegos: 6-3, primer set.

Acobardado, Coria se angustió con su primer saque, que le era vital y se le esfumó: segundo set, 6-1, Nadal. En proezas de velocidad, el argentino residente en Barcelona enroscó a Nadal en la tercera manga. Con 4-0, Nadal dio por perdido el set y descansó a la espera de empezar el cuarto con su saque.

Y en el cuarto, la tormenta de emoción engullió a Coria, que remontó desde el 4-1 hasta 4-4. No iría más lejos. Tras el último disparo de Nadal, que desde hoy es el número dos en la Carrera de Campeones, y entre el nublado, Coria, roto, intuyó una mirada salvaje. No era Connors. Ni La Motta. Era Rafa Nadal.