El niño más feliz del mundo

Tenis | Roland Garros

El niño más feliz del mundo

El niño más feliz del mundo

Puerta ganó el primer set, pero Nadal respondió con rabia El español se corona en París en su debut y con 19 años Es el mejor en tierra

Nada podía ser mejor en este mundo que estar en la piel rojiza de Rafael Nadal a las 18:38 horas del domingo cuatro de junio, en París. Pero allí, a solas con Roland Garros y con la Copa de los Mosqueteros al alcance de la mano, sólo podía estar él, el niño-guerrero que París bautizó como Gerónimo, la tarde ardiente de David Ferrer en el desierto de la Suzanne Lenglen. No había banderas argentinas, no existía ningún otro rey en la tierra, se había quedado suspendida la sombra de Mariano Puerta. Ahora sólo estaban Rafael Nadal y su sueño, su impenetrabilidad de campeón, sus rizos indios. Y un fiero desafío, y todo el asombro de París ya no significaban nada.

Tras una multitud de carreras, tras esfuerzos imposibles para cualquier otro ser humano, Nadal había achicado la pista Philippe Chatrier a Mariano Puerta. La había estrechado de tal modo, que Puerta lanzó fuera su último golpe de derecha en el primer punto de partido... desde la misma cruz donde Roger Federer se despidió de este Roland Garros. Cuando la bola tomó tierra en el pasillo de dobles, cuando ya no había dudas, cuando se callaron los argentinos de la Tierra del Fuego, Rafael Nadal ya estaba en la mejor memoria de Roland Garros. Por eso será recordado para siempre en las inscripciones de la Copa de las Mosqueteros, y vean que "inscripciones" va en plural. Habrá más.

El niño ha llegado a la Copa de los Mosqueteros para quedarse en ella con tanto derecho como un héroe de Alejandro Dumas. España aún recuerda las madrugadas eternas de los años 60, cuando la mano sedosa de Santana mecía dejadas radiactivas en la hierba de Australia para Roy Emerson. Vimos a Andrés Gimeno regresar del circo profesional estadounidense para ganar aquí mismo, en París, en 1974. En un sueño de tierra rojiza que rompió Bjorn Borg, nos imaginamos a Manolo Orantes como el príncipe heredero de Santana. McEnroe era un genio extraño. Lendl, un acorazado. Connors, una descarga de emoción. Becker, "Boom Boom".

Después, vibramos con Arantxa ante Steffi, con Conchita ante la reina Martina en Wimbledon, con Bruguera sentenciando a Courier, y con el desembarco de la Armada: Moyá, Corretja, Albert Costa, Ferrero, las dos Copas Davis. Pero ahora, en este tiempo que quedó suspendido cuando la bola de Puerta besó el callejón de los dobles, hemos encontrado un chico tan duro como maravilloso: el mismo Rafael Nadal que nos llevó a besar la Copa Davis en 2004, desde Brno hasta Sevilla.

Tres horas largas. La final duró tres horas y 24 minutos, hasta que Rafael Nadal pudo rebozarse como una croqueta atómica en la marisma anaranjada del Bosque de Bolonia. Mirando al cielo, transfigurado y llorando por primera vez en su vida tras ganar un partido de tenis, Nadal se fue a saludar al Rey de España y a agradecerle su presencia. Luego se fue a intercambiar sollozos con toda su familia. Había ganado por una simple razón: por deseo. "Con otro enfrente, yo hubiese ganado, pero estaba ante el mejor del mundo en polvo de ladrillo", sentenció Puerta, que se vio enfrentado a situaciones desconocidas para él.

Ante el aluvión de tiros de Puerta, que descargaba dinamita sobre el revés de Nadal, el hoy campeón de Roland Garros controló el partido a base de jugar y dominar esas situaciones imposibles. "Ya sé por qué comete tantos errores la gente ante Nadal", remató Puerta. Curiosamente, la decisiva estadística de errores no forzados se parece mucho a la de la semifinal Nadal-Federer. Ahí, el suizo se equivocó 62 veces. Nadal, 32. Exigido hasta los últimos límites, Puerta, cometió 54 errores no forzados. Nadal, 28. Pero la zurda de Puerta no se doblaría casi hasta el mismísimo final...

Nadal perdió el primer set entre alardes físicos inconcebibles porque Puerta se decidió a atacar cuando perdía 3-1 y 15-40. El argentino se contracturó, se vendó, se sumergió en adrenalina y decidió morir matando: "Pasando pelotas, no le ganaba, seguro". Con reveses paralelos y latigazos angulados, Puerta fue acorralando a Nadal hasta que le ganó el set en la muerte súbita. Tenis de pista rápida sobre arcilla.

Al galope. Nadal seguía al galope: sabía que Puerta tenía que aflojar. O el argentino pegaba en absoluta suspensión las bolas "superliftadas" de Rafa, o encadenaba errores estrepitosos, se comía la bola con el marco de la raqueta: lo que le pasaba a Wilander en el entrenamiento del sábado. Sets segundo y tercero, 6-3, 6-1 para Nadal... en tres minutos menos de lo que duró la primera manga. Pero Puerta reservaba cartas.

En el décimo juego del cuarto set, Puerta servía con 5-4. Tuvo tres pelotas de set para haberse plantado en la quinta manga: eso es un infierno si hay un argentino al otro lado de la red. Pero Nadal, rebotando de esquina a esquina como en las cuerdas de un "ring" y describiendo giros de 180 grados, se puso en ventaja. Puerta le dejó una bola cortísima. Nadal arrancó en una carrera espectral, salvaje. Rafa Matrix tocó la bola. Puerta voleó. Matrix, en el centro, aguantó con reflejos apaches. ¿Nadal, Matrix o Gerónimo? Cuando la segunda volea de Puerta tocó fuera, cerca de la silla del árbitro Pascal Maria, el desmayo del argentino se pudo cortar en dos. Puerta sabía que ningún otro jugador en el mundo le hubiese ganado esa bola. Y tuvo conciencia de que se encontraba ante el campeón de Roland Garros.

Los juegos 11 y 12 de ese cuarto set cerraron el torneo y abrieron el cielo a Nadal. Puerta ya se sabía perdedor y en el último juego fue la presa de Nadal, que jugó más agresivo que en toda la tarde. Exhausto, harto de estar harto, Puerta no resistió el primer punto de partido y lanzó la bola al pasillo de dobles. Allí, a las 18:38 horas, Rafael Nadal, el niño prodigio, Matrix, Gerónimo, el niño guerrero, fue el niño más feliz del mundo.