"En el podio de México no tenía miedo a morir"

Atletismo | John Carlos

"En el podio de México no tenía miedo a morir"

"En el podio de México no tenía miedo a morir"

colombo

En octubre de 1968, en los Juegos Olímpicos de México, los atletas negros de EE UU sacudieron al mundo con el 'Black Power': el Poder Negro. John Carlos, bronce en 200, subió al podio con un guante negro: como Tommie Smith y Lee Evans. En Moscú, Carlos habló en exclusiva para AS.

Mr. Carlos, se trata de que cuente sus sentimientos para España, en un momento en el que los problemas relacionados con el racismo se agitan más que nunca en las grandes ligas de fútbol, en Europa y en la misma España...

(A los 60 años, Carlos, 1.90 perfectamente proporcionado, nacido en el barrio neoyorquino de Harlem, no ha perdido el paso felino que le llevaba a marcas casi imposibles en los años 60. Antes de enfrascarse en la entrevista, en el Hotel Renaissance de Moscú, John Carlos pide el permiso explícito a Tom Surber, Jefe de Relaciones Públicas de la selección de EE UU en el Mundial de pista cubierta)

OK, señor, no quería actuar sin permiso oficial. Aquí vengo dentro de una delegación. ¿Dice usted que viene de España? Pues está hablando usted con alguien que se llama como su rey: John Carlos, igual a "Juan Carlos", ¿no?

Bien, pero lo que quiero es que usted, precisamente usted, el hombre del guante negro en la mano izquierda en el podio de 200 de México, me hable de las implicaciones que puede acarrear el problema racista en el fútbol, y en el deporte en general.

(Concentración, preocupación). Es algo muy serio. Algo he oido, sí. En general, el racismo puede destruir a la sociedad y a cualquier deporte, sobre todo si se trata de un deporte de equipo. Es difícil que las personas dentro de un equipo puedan mantener el foco del espíritu de conjunto, si algunos son tratados de modo distinto por causa de la raza. Es muy difícil que los que son de otra raza puedan sentir lo mismo que los que sufren vejaciones por racismo. A partir de ahí, se hace duro mantener el equilibrio de un equipo. En lo social, el racismo significa básicamente que se te niega tu lugar al sol. Por eso empezó nuestra lucha.

Acabamos de saber que en las competiciones universitarias de baloncesto se está produciendo una "eclosión blanca". Su amigo Harry Edwards, el sociólogo de San Jose que inspiró y desarrolló las acciones de protesta de 1968, en México, lo achaca a la vida problemática de la juventud negra, y a la presión de las bandas y la droga sobre los jóvenes afroamericanos.

Es así como lo dice Edwards, absolutamente. Pero todo nace en un entorno de discriminación social. Sin perspectiva de educación, casa ni empleo, se pierden muchas esperanzas, y tras un tiempo, se intenta escapar por el camino más corto: vendiendo drogas, por ejemplo. Por ese camino se van destruyendo las comunidades afroamericanas. Por eso hubo una revuelta en nuestro tiempo. Y, aunque con algún disfraz o cosmética, la situación es básicamente la misma que en 1968. La desesperación y la droga están ahí, en Mississippi, en Alabama, en California o Texas. Así que hay que seguir luchando más que nunca por nuestros valores de 1968.

¿Ve soluciones?

Pasan por una implicación social. Las comunidades afroamericanas tienen que conseguir que sus hijos sigan el camino de la escuela y de una profesión a largo plazo. La educación universitaria fue nuestro mejor apoyo en los peores momentos. La tolerancia y la educación deben ser la fuerza principal para todos. Digo "todos". Es convertir la ensalada mala en ensalada buena.

He hablado con Tommie Smith y Lee Evans sobre los sucesos que les rodearon a ustedes en 1968. Tommie me contó en Sacramento que, en el podio de México de 200 metros, ustedes llegaron a temer que alguien les disparase.

Tommie sí temía. Yo, no. No tenía miedo a morir. Cuando comprometes tu vida a una causa, como yo lo había hecho en aquel momento, no tienes miedo a morir, a nada. Yo no actuaba como un atleta, sino como un hombre. Mi vida había cambiado antes de subir a aquel podio, en la tienda de mi padre entre Lennox y la 142 de Harlem, o cuando descargaba camiones frigoríficos en el Yankee Stadium. Y sobre todo, cuando conocí al Dr. Martin Luther King.

¿Qué le dijo Martin Luther King?

Nos vimos en 1968, diez días antes de su muerte. Ya le habían amenazado, pero sentí en su mirada que en él no había miedo, sino amor y compromiso. Eso cambió mi vida. Ya no temí a nadie más. Luché por el cariño a la gente a la que defendía. Vea la foto del podio de México: Tommie y Peter Norman, el australiano, medalla de plata, tienen subidas las cremalleras de las chaquetillas. Mi chaquetilla está abierta. Quería que fuese un homenaje a los trabajadores de turnos a destajo, a los currantes de verdad, a los desfavorecidos. Nadie le reconoce a esa gente nada de lo que hace. Yo quise hacerlo. Tommie y yo teníamos dos guantes. Él lleva el de la mano derecha, y yo el de la izquierda. Nos los repartimos en el túnel de salida a la pista. Y acordamos que, de subir al podio, lo haríamos descalzos.

¿Y qué dijo Peter Norman?

Peter es ahora mi hermano. Corrió muy bien y me sorprendió. Él nos apoyó y subió al podio con una de nuestras pegatinas del OPHR, Olympic Project for Human Rights (Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos). Allí, cuando estábamos en pie, siempre me ha quedado la imagen de que éramos como tres vértices de un triángulo. Fuera de la pista, el otro vértice de nuestro triángulo en México era Lee Evans.

(Atletas del calibre del baloncestista Kareem Abdul-Jabbar, entonces llamado Lew Alcindor, declinaron asistir a los Juegos de México con el equipo de EE UU, en señal de activismo racial en pro de los derechos humanos y de apoyo al OPHR y a las proclamas de Harry Edwards).

Es curioso que usted y Tommie tengan ahora sus estatuas en la Universidad de San Jose State, después del precio que tuvieron que pagar por los sucesos de Mexico...

Esas estatuas me parecen algo fantástico. Son el reconocimiento de que el activismo no tiene por qué ser violento. Nosotros elegimos expresar nuestras ideas sin violencia para con nadie. No salíamos con bombas por ahí, sólo tratábamos de despertar la conciencia de nuestro país y del mundo. Nos costó que nos envilecieran a todas horas, que muchos amigos desaparecieran y la pérdida de oportunidades de trabajo. Estábamos sin dinero para pagar nuestras facturas. En 1977, mi primera mujer se suicidó. Teníamos cuatro hijos y esa situación tuvo mucho que ver con que ella se quitara la vida. Con nosotros teníamos el orgullo de los desfavorecidos, nada más. Había magnates y líderes negros, pero nunca ayudaron a Tommie Smith ni a John Carlos. Ni siquiera cuando murió mi mujer. He sobrevivido para ver la estatua.

Decía usted que a estas alturas, en EE UU las cosas siguen como en 1968, aunque con algún disfraz...

(Ojeamos un ejemplar de "Vanity Fair" que cuenta cómo Patrick Fitzgerald, fiscal especial de Chicago, acaba de encausar por perjurio y obstrucción a la justicia nada menos que a Lewis "Scooter" Libby: el jefe de "staff" del vicepresidente Dick Cheney. No hace falta preguntar a John Carlos...)

Ahí tiene el disfraz. Estas cosas me ponen enfermo. Para mí, son actos que destapan las apariencias, aunque siguen los actos de travestismo. La realidad nos estalló en la cara cuando el huracán Katrina golpeó Nueva Orleans. Volvieron a perder los pobres y los negros. El presidente de EE UU y nuestros gobernantes no tienen que actuar de acuerdo a ciertos códigos que sólo valen para ellos y que favorecen a los incompetentes. El presidente de los Estados Unidos debería estar siempre con su pueblo: con su gente más desfavorecida. Es la única realidad. Nunca debería ser suplantada.