"Saiz me dijo que llamaría a un médico y apareció Eufemiano"

Ciclismo | Dopaje

"Saiz me dijo que llamaría a un médico y apareció Eufemiano"

"Saiz me dijo que llamaría a un médico y apareció Eufemiano"

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Jörg Jaksche explica el 'modus operandi' de Eufemiano Fuentes y Manolo Saiz. El ciclista alemán revela la forma, las cantidades y los precios que pagaban los corredores por el programa completo de dopaje al que eran sometidos. Un relato minucioso y sobrecogedor.

Der Spiegel: ¿Trató alguna vez el tema del doping con Manolo Saiz?

Jaksche: No, era una especie de "todos sabemos de qué va esto". Tampoco mencionó nunca el nombre de Fuentes, me dijo en alguna ocasión que llamaría a un médico para mí. Conocía a Fuentes de oídas, me llamó poco después de Nochevieja, hacía frío, yo estaba por el monte con mis amigos y salí afuera, a la nieve, porque no quería que nadie escuchase la conversación. Fuentes dijo: "Hola, soy Eufemiano". Sugirió que fuese a Gran Canaria, donde él vivía. Y yo acudí.

¿Cuándo?

A mediados de enero de 2005. Fuentes fue a recogerme al aeropuerto en su Toyota destartalado. Fuimos rápidamente al grano y repasamos el programa completo. Comenzó hablando de anabolizantes, pero yo no los quería, porque la gran masa muscular es un hándicap en la montaña. Después de hemoglobina artificial, algo traído ultracongelado de Rusia. A mí me parecía demasiado peligroso. Luego llegamos a la EPO, pero no la quería a causa de los controles durante los entrenamientos. Él dijo que tenía algo que ocultaba el doping por EPO, que me dio más tarde en un pastillero, y que se mezclaba con las muestras de orina. Fuentes me enseñó casi todo su catálogo y me preguntó qué tipo de riesgo quería correr. Por riesgo entendía el riesgo de ser pillado, no el riesgo para la salud. Así llegamos al doping de transfusión autóloga, es decir, la que se realiza con la propia sangre. El método era completamente nuevo para mí, pero él hablaba de ello con la misma naturalidad con que otra gente habla de cambiar pañales.

¿Qué clase de persona era Fuentes?

Provenía de una respetable familia de Gran Canaria y no le concedía gran importancia a pavonearse abiertamente. Fuentes es uno de estos médicos deportivos que se alegran de que sus corredores estén en los primeros puestos, porque lo contemplan también como un triunfo suyo. Fuentes no tenía consulta, ni siquiera como tapadera. Sus negocios se dirigían desde un pequeño apartamento en la calle Caídos de la División Azul. Tampoco es que fuera como un carnicero. Había algo de genial en él, aunque estaba un poco chiflado. Es como alguien que cruza los semáforos en rojo para ver qué ocurre.

¿Tuvo usted más tarde contacto privado con él?

Sí. Le había dicho que mi padre era oculista. Fuentes tenía una hija pequeña a la que se le diagnosticó un cáncer ocular poco después de nacer. Me había preguntado si le podría ayudar. Le faltaba un globo ocular y el cráneo crecía de modo irregular. Me dio informes médicos y fotos de su hija, que yo hice llegar a mi padre. Mi padre tenía contacto con los jefes médicos de Múnich y Münster, y les remitió los documentos.

¿Le tomó Fuentes muestras de sangre ya en su primer encuentro en Gran Canaria?

Sí, fue en mi habitación del hotel y todo fue como una donación normal de sangre. Me tumbé en un diván, me pusieron la cánula, la sangre salió y tras una media hora me habían extraído medio litro.

¿Conocía usted casos de otros ciclistas a los que Fuentes les intercambiara sangre?

Fuentes era un maestro del camuflaje. Ninguno de sus pacientes sabía nada de los otros. En nuestro equipo jamás se supo exactamente si había más corredores que iban a tratarse con él.

Pero no creería en serio que el doctor Fuentes le atendía exclusivamente a usted...

No, pero Fuentes sabía hacer que te lo creyeras. Un compañero me comentó tiempo después que Fuentes le había dicho que si le pagaba un poco más le atendería en exclusiva sólo a él. Lo más probable es que Fuentes haya hecho exactamente lo mismo con otros ciclistas de élite como Ullrich. O al menos eso deduzco una vez que se han hecho públicos los honorarios de los que se habla en la Operación Puerto.

¿Cómo se desarrollaban los encuentros?

Yo tenía que esperar en una cafetería allí cerca, a veces sólo cinco minutos, pero a veces dos horas. Después, Fuentes se encargaba personalmente de la aguja. Yo me esforzaba por convencerme de que realmente tenía que hacer aquello si quería aguantar el ritmo. Además, sabía que no estaba en manos de curanderos. Merino Batres, el ayudante de Fuentes, sabe perfectamente lo que hace, según dicen fue durante 40 años el jefe del banco de sangre de Madrid. Y Fuentes era el tipo de médico que te ilustra a la vez que hace su trabajo. Mientras extraía la sangre, explicaba cómo había que congelar y conservar la sangre después. Según él, lo más peligroso que podía pasar era que penetraran bacterias en la sangre. Por eso para él la higiene era fundamental. Yo tenía el brazo constantemente untado con un desinfectante de color rojo, como si se dispusiera a cortarme Dios sabe qué.

¿El doping con la propia sangre es más agradable que las inyecciones de EPO?

El acto de provisión de sangre resulta repugnante por sí mismo. Por el otro lado, tienes la conciencia tranquila, te dices: vale, no tengo nada que temer cuando me hagan el control. Ahí no hay sustancias peligrosas, no es más que mi propia sangre. Para mí aquello no era doparse. Para mí se trataba de un modo de adaptarme al sistema. Era como cambiarse constantemente el aceite. Al principio no funcionó especialmente bien conmigo, aquel trasiego constante de sangre afuera y adentro me dejaba casi fuera de combate. Por eso reduje su utilización al mínimo: dos clásicas, la París-Niza y el Tour de Francia.

¿Y cómo funcionaba luego en el transcurso de las rondas ciclistas?

Ahí quedaba patente la maestría logística de Fuentes. Tenía colaboradores suyos por todas partes. En 2005, el Tour pasaba por Alemania. A principios del verano me fui desde Ansbach a Bad Sachsa, en el Harz. Allí, un tal doctor Choina me extrajo medio litro de sangre. Después, en la fecha convenida, el 8 de julio Choina se acercó hasta Karlsruhe y me devolvió lo suficiente como para el resto del Tour. Tienen que pasar un par de días para que la sangre inyectada modifique su metabolismo. Pero la verdad es que después te sientes mejor. Te das cuenta de que aguantas más tiempo en el grupo de adelante cuando llegan las etapas de montaña. Te duele todo menos y, al mismo tiempo, se amplía tu límite de dolor. No en vano, en las bolsitas de sangre no hay sólo los glóbulos rojos que necesitas para el transporte del oxígeno: hay también hormonas de desarrollo y testosterona generadas por el propio cuerpo, vitaminas, proteínas. Todo eso hace el efecto de una cura de rejuvenecimiento.

¿Puede decirse que el Tour del 2005 fue el Tour de los dopajes con sangre propia?

En algún momento te das cuenta de que lo que haces no es ningún tratamiento fuera de lo corriente. No había hecho más que toparme con mi propia sangre y seguía estando a un nivel de fuerzas parecido al de mis rivales. No se trataba de que yo tuviera una bomba atómica y los demás lucharan con machetes. Se aprende que hay un nuevo sistema de librarse de los controles, y eso es lo que cuenta.

Una indigestión en el curso de una dura etapa pirenaica le costó a Jaksche el deseado puesto entre los diez primeros. En la clasificación general, terminó como mejor alemán después de Jan Ullrich, en el puesto 16. En el Tour utilizó su última bolsa de sangre aquel año. Después corrió aún la Vuelta a Alemania, donde logró el cuarto puesto. En el Mundial de septiembre se encontró en Madrid con Eufemiano Fuentes para concretar la colaboración durante la siguiente temporada.

En 2006, Jaksche iba a aprovecharse del nuevo sistema de refrigeración de Fuentes, un agregado que supuestamente habían inventado los americanos para la guerra del Vietnam. En aquel proceso, la sangre extraída se centrifugaba y luego se congelaba a una temperatura de 80 grados bajo cero. La ventaja con respecto al antiguo sistema era que la sangre podía aguantar hasta diez años. De ese modo, podían almacenarse muchas más bolsas y no era necesario realizar un trasvase continuo entre sangre antigua y nueva. Durante la pausa invernal, Jaksche pasaba periódicamente por Madrid, una vez al mes.

Entretanto, Fuentes había caído en desgracia con Manolo Saiz. En la primera mitad de la temporada, uno de los corredores de nuestro equipo recibió una suspensión por haber dado más de 50 en el valor del hematocrito. A partir de ahí el equipo dejó de colaborar por completo con Fuentes. Pero Saiz permitió que yo siguiera colaborando con Eufemiano de manera privada y, sobre todo, pagando los costes de mi propio bolsillo. Fuentes y yo nos reunimos en Madrid a principios de 2006. Me comunicó lo que tenía que pagar: una primera cuota de 10.000 euros. Le hice la transferencia correspondiente y luego me informó del resto. El programa completo, con todas las bendiciones, tendría un coste total de 30.000 euros. No hubo ningún regateo especial, en aquel momento el precio me pareció justo, él tenía que pagar los aparatos, a sus ayudantes y, además, corría un riesgo indudable que todos conocíamos.

¿Cómo funcionaba el nuevo sistema?

De camino a las carreras, siempre pasaba por Madrid para volver a inyectarme. Fuentes llegaba al hotel temprano por la mañana o bien ya de noche a última hora. Solía estar muy estresado, porque justo antes de las grandes carreras se le acumulaba el trabajo. En los documentos de la Guardia Civil figura que una vez llegó a trabajar hasta 72 horas sin interrupción.

¿Cuál era su plan para 2006?

Necesitaba sangre fresca para la primera gran vuelta de primavera, para una clásica que había después y, por supuesto, para el Tour de Francia. Ése era el punto álgido de la temporada. Estaba planeado que yo tenía que pasar por Madrid antes del Tour y, para la segunda mitad de la ronda francesa, me dejarían preparada la sangre en alguna parte de Bretaña.