Señor Cancellara

Ciclismo | Tour de Francia 2007

Señor Cancellara

Señor Cancellara

Reuters

El líder se anota un triunfo heroico con un demarraje brutal

La etapa se estiraba perezosa a lo largo de una llanura de 236,5 kilómetros (en estas distancias el decimal resulta especialmente doloroso) y después de más de seis horas de carrera sólo se salvó el último kilómetro, lo que equivale a cinco minutos de emoción. De verdadera emoción, eso también hay que admitirlo.

Sin embargo, el fantástico desenlace no justifica las pegajosas horas previas. Ni los nuevos tiempos ni el espectáculo admiten documentales sobre los castillos y la foresta de la Francia noroccidental. Se comprende mal que mientras el ciclismo se debate entre la razón y la oscuridad, los organizadores insistan en recorridos que castigan innecesariamente las piernas y la paciencia. Todavía se entiende peor que el trazado viajara por los terrenos de la París-Roubaix huyendo del pavés y cruzando, eso sí, el pueblo de Jean Marie Leblanc, anterior director del Tour.

Es extraño que esta zona se llame región de Picardía, pues no ofrece al visitante ni recovecos donde ocultarse ni exuberantes posaderas con corpiño reventón. Todo plano.

Menos mal que existen los valientes. Y Cancellara. Suerte que el ciclismo, hasta en los peores momentos, nos recuerda las aventuras clásicas. Muchas veces nos narra la historia de esos rebeldes utópicos que son los escapados, espartanos sobre ruedas, billetes de lotería con patas. En otras ocasiones, nos relata el desafío de un hombre contra 100 y su fabulosa victoria. Todo eso nos contó ayer.

A los seis kilómetros del inicio se escaparon Ladagnous y Vogondy, dos franceses soñadores. Por alguna razón que pudiera tener que ver con la alta sociedad o con la baja suciedad, sólo eso le queda al ciclismo francés: soñar. Y es una lástima, porque puestos a batirnos contra el mundo y los elementos apetece luchar también contra un ciclista francés, para que te insulten con educación. Para ganarlo todo.

La ventaja de los fugados, a los que se unieron luego Augé y Willems, no sobrepasó los trece minutos, el límite que concedió el pelotón para atrapar a los fugitivos. Lo cierto es que el grupo jugó con ellos con bastante crueldad. Se colocó a tres minutos y descansó. Se acercó más y se detuvo. De modo que ni la ilusión ni la angustia de los escapados se agotó nunca. Los milagros se venden por cupones y tenían cuatro, uno por cabeza.

Final. El cuarteto entró con las esperanzas intactas en el último kilómetro, incluso en la recta final. La jauría resoplaba a sus espaldas, sin que pudiera distinguirse la distancia real de la moral, la imagen del espejismo. En ese instante, el maillot amarillo se disparó y provocó un movimiento sísmico. Ocurre siempre que ataca el líder del Tour, quien sea y cuando sea. Es como un rugido de león o un grito de Tarzán. La jungla se alerta.

Silbando como una bala, Cancellara se interpuso entre los fugados y los carceleros. Pero cuando por fin alcanzó a los cervatillos descubrió que los chacales le mordían la rueda. Pese a todo, resistió. Y resistió. Hasta le sobró un microsegundo para girarse y gustarse, para desplegar el amarillo como un narciso y para sonreír a la federación internacional de dentistas.

Fue hermoso. Lo es cuando el débil lucha y cuando el grande ataca. Es una buena lección comprobar que hay quien reta a las probabilidades y gana. El honor o la etapa, tanto da.