La Vuelta en ruso

Ciclismo | Vuelta 2007. 21ª etapa

La Vuelta en ruso

La Vuelta en ruso

jesús rubio

Menchov ganó una edición extraña. Bennati venció en Madrid

Vaya por delante mi admiración por los organizadores de las carreras ciclistas. Por mantener la ilusión. Por su empeño en que el espectáculo continúe, a pesar de todo y de todos. Puedo comprender que para ellos, que enfrentan mil problemas, nuestros reproches suenen como remilgos cocinados con aire acondicionado y butaca reclinable.

Será bueno que entiendan, no obstante, que las críticas a la Vuelta a España nacen del deseo general de hacerla mejor y del deseo particular de disfrutarla más. El ciclismo vive momentos tan delicados que hasta un buen paisaje oxigena. Por eso nos resultan detestables las autopistas y las vías de servicio que descubren el atasco de la derecha y el desierto de la izquierda. Ese, por ejemplo, fue el triste decorado del pelotón antes de entrar en Madrid.

Me podrán decir que somos así, y lo podremos discutir, pero también hay otra España de carreteras secundarias, dehesas e incluso árboles. Entre los pecados de la presente edición de la Vuelta está haber olvidado cuanto tiene de promoción turística y exhibición internacional vía satélite. El Tour, que lo entiende, nos enumera desde las cámaras de los helicópteros los castillos, las vacas, los ríos y los simpáticos campesinos. Sin cemento ni autopistas: sólo manteles de cuadros y queso brie.

No somos el Tour, de acuerdo, pero tampoco hemos enseñado lo mejor de lo que somos. La Vuelta, que en los últimos años hizo un esfuerzo por diferenciarse, y acortó las etapas y salpimentó los finales, ha olvidado esta vez que sólo la imaginación puede rescatarla. Y cuando digo imaginación no me refiero a lanzar paracaidistas con las banderas de los tres primeros clasificados. Si convertimos los ritos en pirueta nos quedamos sin ritos. Boquiabiertos y mirando al cielo, pero sin ritos.

Además, hay ciertas solemnidades que no pueden evitarse. Y el podio es una de ellas. Poblarlo de compromisos diversos y alboroto camufla la ceremonia, al campeón y a las azafatas. Ayer también camufló al alcalde de Madrid, artífice de un carril-bici que también merecía un premio. El himno final ha de ser un acto emotivo que transmita la gloria del ganador y de la carrera, no la música de los coches de choque.

Futuro.

Mejoraremos, porque si mejora la Vuelta mejoraremos todos. Y es posible que el próximo año, junto a un recorrido más intrépido, disfrutemos de los mejores ciclistas nacionales, del vigente campeón y de alguna sorpresa. Porque si algo ha tenido históricamente la Vuelta ha sido capacidad para descubrir futuras estrellas, como Fignon en su día o como Armstrong en el nuestro. Tal vez Efimkin (25 años), Antón (24), Barredo (26), Moreno (26) o el belga Montfort (24) sean los favoritos de mañana.

Quizá en la Vuelta se detecte mejor que en ninguna carrera el viento de los nuevos tiempos. Es probable que no sea casualidad que entre los 20 primeros haya nueve españoles, cuatro franceses y tres rusos. El ciclismo francés señala su resurrección al tiempo que los focos se trasladan hacia el este, Rusia o Kazajistán. Es decir, renacen los clásicos y se incorpora la nueva Europa.

Nuestros ciclistas gozan de buena salud (hasta que no se demuestre lo contrario) y no hay clase media tan poblada y tan boyante. Lo que no quita para que se eche en falta un compromiso público de limpieza sin ambigüedades.

Igual que hizo en París, Bennati venció en Madrid y arrebató el maillot de los puntos a Menchov. Bennati no estará en el Mundial, pero está en el mundo. Para eso sirve la Vuelta. Para que nos miren.