Las posibilidades de que España esté en Pekín se estrellaron ayer contra las torres cubanas. Unos juncos de betún de 2,00 metros de estatura media sacaron del campo al conjunto de Marcelo Méndez, demasiado previsible para hacerle daño al bloqueo rival, y con poca eficacia en el saque como para meterle presión a la que se suponía una recepción floja por parte de la selección caribeña.

España apostó por el ataque por las bandas, casi renunciando a sus centrales, pero fue una tarea imposible ante el rendimiento de Cuba, bien dirigida por Camejo, un atacante reconvertido en colocador que saca un excelente partido a sus 2,07 metros, con los que intimida en el bloqueo y aprovecha para rematar imprevisible al segundo toque.

Sólo el set que hizo España en la segunda manga alimenta una esperanza que se apaga. Hoy debe ganar a Taipei con rotundidad, y desear que Alemania haga el partido de su vida para seguir viva.