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MIAMI MARLINS

El home run más triste de la historia del béisbol

Como si todo se hubiese aliado en homenaje a José Fernández, ayer Dee Gordon inició el encuentro bateando su primero de la temporada.

Actualizado a
Dee Gordon no puede contener las lágrimas mientras se abraza a Marcell Ozuna tras conseguir un home run en el primer partido tras la muerte de José Fernández.
Steve MitchellUSA Today Sports

Los Marlins volvieron al campo para hacer lo que deben, lo que más adoraba hacer José Fernández, simplemente para jugar al béisbol. Lo hicieron con caras largas, acompañados de miles de aficionados que quisieron apoyarles en un día en el que la figura de la estrella cubana parecía más presente que nunca. Murales en el exterior del estadio, su imagen en el videomarcador, su eterno número 16 (que será retirado por la franquicia) sobre la lomita… El ambiente no era el mejor, pero el espectáculo debe continuar y así ocurrió. El propio José Fernández así hubiera querido que pasara.

Los prolegómenos del encuentro fueron realmente emotivos, con todos los jugadores de los Marlins vistiendo su casaca negra con el número 16 a su espalda y con el nombre de su pitcher estrella. Tras el himno nacional y un minuto de silencio realmente sobrecogedor, los jugadores de los New York Mets se fundieron en un abrazo interminable con sus compañeros de Miami, en un más que sentido homenaje a un equipo roto que había decidido seguir haciendo lo que mejor saben hacer. Y todo ello con los cálidos aplausos de una grada en perfecta comunión con sus chicos, insuflándoles ánimo para afrontar lo que aún estaba por llegar.

Tras un par de minutos en los que la plantilla rodeó el montículo en silencio, con Don Mattingly besando la lomita como despidiéndose para siempre de su pupilo y tras un breve discurso de Giancarlo Stanton animando a sus compañeros a jugar en honor del compañero desaparecido mientras el público coreaba su nombre, el partido se inicio… ¡y de qué manera!

De todos es sabido que Dee Gordon era uno de los mejores amigos de José Fernández dentro del equipo y probablemente estaba algo más afectado que los demás por su pérdida. Además le tocaba abrir el turno de bateo de los Marlins, como siempre hace, y para ello acudió al cajón con su bate y su casco… ¿su casco? No, al bueno de Gordon, que es zurdo, se le ocurrió homenajear a su amigo acudiendo a recibir la primera bola del encuentro desde la zona de los bateadores diestros y usando el casco del propio Fernández, un homenaje al que sumó Bartolo Colón que no aprovechó para enviarle un strike sino que le mandó una bola exterior, a sabiendas de que el jugador de Florida no iba a batearla.

Pero aún nos quedaba el momento mágico del día. Tras ese bateo de homenaje, Dee Gordon se colocó su casco y se colocó en su lugar para iniciar el partido, ahora ya completamente en serio. Tras otra bola de Colón, el pitcher de los Mets le envió una bola rápida al centro de la zona de strike que Gordon golpeó con una fuerza y precisión tal que se marchó por detrás del jardín derecho. Era el primer homerun del jugador norteamericano en toda la temporada y lo realizaba en su primer turno de bateo tras la muerte de su amigo.

El paseo por las bases no pudo ser más amargo para él. Mientras varios integrantes de la plantilla de los Marlins golpeaban la barandilla del dogout al estilo de las celebraciones del propio Fernández, Dee Gordon recorría el campo con lágrimas en los ojos, pisando almohadilla tras almohadilla hasta llegar a home, en donde comenzó a fundirse en un abrazo con sus compañeros, uno tras otro, mientras el llanto podía con él. Incluso el propio receptor de los Mets, Travis d’Arnaud, comentó tras el partido que a él también se le habían saltado las lágrimas contemplando la escena.

Durante el resto del partido otros jugadores fueron honrando su memoria, cada uno a su manera, hasta finalizar todas las entradas. Ya no importaba nada más. José Fernández había recibido el mejor homenaje que le podían dar sus compañeros. Y aunque el resultado final de 7-3 puede que no le importara demasiado a nadie, seguro que el bueno de José, desde alguna parte, estaría dando saltos de alegría y golpeando con fuerza una de las barandillas del banquillo mientras su sonrisa iluminaba ese campo de sueños en el que ahora empezará a lanzar.