El gran golpe de Safin

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El gran golpe de Safin

El gran golpe de Safin

El ruso abatió a Agassi y se juega el Masters con Nalbandián

Darren Cahill, un entrenador australiano que poco puede enseñarle a Andre Agassi, ejercía de valla humana publicitaria y motivadora: Melbourne podía leerse en la camiseta de Cahill. El recuerdo para Andre de la derrota amarga ante Safin que le sacó del Open australiano 2004: en Melbourne, claro. Pensamiento al ver la camisetita y su lema: las fuerzas de Agassi no tenían que andar muy allá tras los 147 minutos de presión y agonía que Andre sufrió ante Robredo en la noche del viernes. Y no lo estaban, claro que no.

Para ganar a este Safin que está esculpiendo Peter Lundgren, que asegura mucho la derecha, pero que sigue manejando un bazooka en el revés, Agassi tenía que haber logrado un milagro: ser capaz de endurecer su ritmo de peloteo y su vigor físico... después del combate con Robredo. Y hay ciertas cosas que, a los 34 años, no son un milagro: son un imposible.

Si en seis meses, desde el 12 de abril, Lundgren y su asesor Walt Landers han sido capaces de remodelar a Safin hasta la especie de monstruo acorazado que ayer pisoteó a Agassi, entonces Lundgren y Landers se merecen el sueldo. Sencillamente, Agassi, menos preciso y algo afectado por la tunda ante Robredo, careció de opciones serias. Perdió una sola vez su saque y le costó el primer set. Tuvo cuatro puntos de break que no convirtió en la segunda manga y por ese agujero descendió a la muerte súbita: tan súbita, que iba ganando por 4-2 ese tie break final... y fracasó depresivamente en cuatro de los últimos cinco puntos que jugó en el Masters. Con 4-4, Andre falló una derecha a quemarropa de la que luego se iba a acordar: porque le costó el torneo. Esa derecha, en un día como éste, quizá no la hubiera fallado el Agassi de 1999. Pero es octubre de 2004.

Nalbandián.

Cuando el línea cantó fuera, out, la derecha de Agassi, la sombra rubia de David Nalbandián empezó a aparecérsele a Safin, que había gobernado impecablemente la fatiga y la falta de poder de Agassi en el revés y en el juego de pista.

Si hemos comparado a Safin con un especimen acorazado por su revés, más los consejos y la psicología de Peter Lundgren, David Nalbandián es otra cosa: es algo parecido al tic-tac de un mecanismo relojero de precisión que atrasa o se adelanta una milésima de segundo cada 10.000 bolas o así.

Esta parecería el retrato de Federer, no de un argentino de Unquillo con antepasados armenios. Pero ése es Nalbandián: una máquina implacable, ganadora, que hizo picadillo los saques-misiles de Ljubicic con la sincronía de restos (devoluciones, dice Nalbandián) y toques milimetrados. Ayer, Safin dio el golpe. Hoy resta Nalbandián.