Chente da la cara

Ciclismo | Tour

Chente da la cara

Chente da la cara

El ciclista de ibanesto volvió a entrar en la escapada, pero no pudo rematar. Al final, Knaven fue el ganador. Hoy, penúltima oportunidad para Freire.

Si yo digo escapada de diez ciclistas, ustedes dicen Chente, y si pregunto quién ganó, ustedes responderán que un holandés o similar, generalmente rubio. Pues sólo se hubieran equivocado en el color del pelo, porque era moreno. Por lo previsible, no nos detendremos mucho en la etapa. Me atrevería a decir que lo más llamativo fue la nariz del vencedor, larga y puntiaguda, idéntica a la de Coppi, igual que la que del actor Danny Kaye, el lechero boxeador. Dado que con el casco todos los ciclistas parecen los Clicks de Famobil, se agradece un elemento diferenciador.

Además, la fisonomía tiene su importancia. Y el ciclismo no es una excepción. Hubo corredores que fracasaron de puro guapos, como le ocurrió en los 80 al belga Alfons De Wolf, que cada vez que sudaba parecía un póster de la revista Playgirl. En menor medida le sucedió lo mismo a Julián Gorospe, ahora pacato director del Euskaltel. Se podría decir que la imagen de ambos era poco épica. Casos de belleza triunfante como el de Koblet, ganador del Tour del 51 y Cipollini, ganador de muchísimas otras cosas, han sido históricamente una excepción.

Desde luego, si hubiera sido por imagen racial, Chente García Acosta habría ganado ayer. De hecho, estuvo cerca, tanto que uno de sus ataques propició la arrancada triunfal de Knaven, ganador de la París-Roubaix en 2001 y excelente rodador.

Tal vez el problema de Chente fue meterse en una escapada de diez corredores, la mayoría de los cuales eran experimentados cazadores de etapa (Comesso, De Groot, Van Bon...). Entre ellos se colaron Iván Parra, único Kelme digno de consideración en el Tour, y Mederic Clain, curioso personaje que desde que provocó una caída masiva en la primera etapa no ha dejado ser protagonista, aunque sin éxito, gracias a Dios, y dados sus poderes maléficos.

La extravagancia de la jornada fue, como siempre, obra de los directores de equipo. Chente recibió órdenes de no colaborar con la fuga porque Luttenberger amenazaba el noveno puesto de Mancebo, incluso ibanesto se puso a tirar del pelotón unos minutos (pocos). Es lo que podríamos denominar la erótica del pinganillo.

Ya en la meta, a Knaven le dio tiempo a saludar a la cámara y a colocarse el maillot, como mandan las normas del decoro; sus ex compañeros no aparecieron hasta 17 segundos después, el pelotón tardó varios años. Eso sí, el sprint del gran grupo reavivó la lucha por el jersey verde que se disputan Cooke, McEwen y Zabel. Freire no entra en estas inmundicias. Por cierto, hoy es su penúltima oportunidad para ganar una etapa, y no lo digo por presionar.

Al final, a Knaven casi lo tuvieron que echar del podio de ganadores, lo que no es extraño teniendo en cuenta las azafatas, a las que Leblanc viste recataditas, causando justo el efecto contrario del pretendido. Son tan elegantes que algunos ciclistas dudan si besarlas o preguntarlas: "¿Vienes mucho por aquí?".